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19/11/2025 Clarin.com - Nota
Los héroes, la Biblia y el calefón Ricardo de Titto Historiador El cruce entre ficción y realidad –narraciones, memoria e historia– ofrece una amplia paleta de matices: no hay cultura que sea ajena a las pasiones: el coraje, el atrevimiento, la hazaña... Daniel Roldán Mañana del 20 de noviembre de 1845. La flota anglofrancesa se pone a tiro de cañón y la banda de Patricios corta el tenso silencio con los primeros acordes del Himno. El coro de soldados produce un emotivo in crescendo: “¡O juremos con gloria morir! ”. Los primeros disparos hacen blanco en cinco barcos. Pero cerca del mediodía las baterías argentinas están casi sin municiones y tres naves logran cruzar las cadenas. Desde la batería “Manuelita”, Juan Thorne se esfuerza por frenarlos. Es inútil. Cae un cañonazo. Thorne recibe un duro golpe en la cabeza. Pierde la audición. Será luego famoso como el “sordo de Obligado”. Victoria pírrica: al concluir los combates, sobre 2000 hombres los argentinos cuentan 240 muertos y más de 400 heridos; los enemigos, sufren cerca de 150 bajas. Inglefield, almirante británico, escribe: “Siento vivamente que este bizarro hecho de armas haya sido acompañado con tanta pérdida de vidas, pero considerando la fuerte posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, tenemos motivos para agradecer a la providencia que no haya sido mayor”. Como eco, La Gaceta Mercantil felicita a los propios: “El país, inflamado por un sacudimiento glorioso, despliega el más heroico entusiasmo”. Los discursos encendidos se multiplican: Rosas es ahora “el gran americano”; su extinta esposa era ya “heroína de la Federación”. Antes y después múltiples episodios se califican de memorables. En el Ejército sanmartiniano, las de Necochea –prócer intocable en Perú–; “el León de Riobamba”, en Ecuador– o el puntano Pringles en Chancay. Desde las invasiones inglesas con el arrojado joven Güemes, y las épicas María Dolores del Valle –ahora, “Matria”– y Juana Azurduy, esas páginas completan un selecto álbum exudando patriotismo: ¡hasta Dominguito Sarmiento mereció ese trato a pesar de haber muerto casi por infortunio en una guerra ignominiosa! Sobre héroes y tumbas , novela emblemática, pinta un país dicotómico que vaga por episodios tan dispares como el trágico fusilamiento de Dorrego y el peregrinaje del cuerpo de Lavalle –luego magistralmente musicalizado por Falú– y el bombardeo a Plaza de Mayo y la subsecuente quema de las iglesias. Con “rostros invisibles” describe una Argentina invariablemente vacilante pero siempre peligrosa. “Grandes trágicos de todos los tiempos –dice Sabato– han tomado figuras históricas –pienso en Shakespeare, en Schiller y en tantos otros–, para darnos sus versiones personales mediante el arte. [Dejé] que mi imaginación y esa oscura inspiración (…) me condujeran, casi diría me arrastraran”. Los héroes, sus conflictos y sus tumbas hacen al presente y al futuro: dan letra a páginas indelebles, abren debates, diferencian, en fin, “buenos” de “malos”. Esa visión no es privativa de nacionalistas exacerbados o románticos encendidos. Mariátegui critica al humanista De Man que afirmaba que “el objeto de nuestra existencia socialista no es paradisíaco sino heroico”; “en la lucha de clases residen todos los elementos de lo sublime y heroico”. Es ese un sentimiento que “se presenta impregnado de idealización de la masa intemporal, eterna, sobre la que pesa opresora la gloria de los héroes y el fardo de las culturas”. Es más, el peruano define el inicio de La Internacional –‘que vivan los pobres del mundo’–, como una “frase de neta reminiscencia evangélica”. En registro similar, Laura Restrepo titula “Demasiados héroes” a la novela en la que cuenta parte de sus peripecias como activista clandestina del PST bajo la dictadura. Su cercanía con la resistencia de las Madres de Plaza de Mayo termina por configurar otro momento de la heroicidad: la lucha que del dolor lleva a la verdad. En 1980, una canción de Raúl Porchetto clamaba por “algo de paz” pero el régimen democrático perseveró en deparar sobresaltos. Quizás aquel deseo frustrado sea la raíz de muchas de las cambiantes y hasta desconcertantes respuestas electorales de la población. Es que el cruce entre ficción y realidad –narraciones, memoria e historia–, ofrece una amplia paleta de matices: no hay cultura que sea ajena a las pasiones –el coraje, el atrevimiento, la hazaña–, donde el sentir espontáneo se impone a la razón y el impulso al cálculo. Los honores y los feriados –como los infortunios y las negaciones– son parte del alimento colectivo que anida a los héroes: los bravíos caudillos Facundo y Chacho, los suicidados Alem, Lisandro y Favaloro; el enigmático Yrigoyen, los endiosados Perón y Evita, y el Che, “guerrillero heroico”. También cobija a los jóvenes combatientes llevados al sacrificio a las Malvinas e incluye (¿?) a Newbery, Diego, Néstor y el Papa Francisco. Tales valoraciones pueden deslizarse sin freno hacia lo grotesco. Así, alcanza la presidencia de la nación alguien que, con absurda sub-versión discepoliana, proclama un nuevo modelo: “Los que fugaron la plata no son delincuentes, sino héroes que lograron escapar de los políticos”. Como corolario de estas reflexiones –que tal vez a nada conduzcan– vale recordar un pasaje del Galileo de Brecht, obra perseguida tanto por fascistas como por estalinistas: “ ¡Desdichado el país que no tiene héroes!... No puedo mirarlo, ¡que se vaya! ”., grita el joven Andrea, molesto por la decisión de Galileo de retractarse para evitar la tortura de la Inquisición. “¡Borracho inmundo! ¡Salvaste tu valioso pellejo, eh! Me siento mal ”. El sabio pide que le den un vaso de agua y con su discípulo repuesto de la ira, lo corrige: “ No, Andrea, incorrecto. Desdichado el país que necesita héroes”.
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