Logo Ejes
07/11/2025 Clarin.com - Nota

Mundos íntimos. ¿Culpa y alegría pueden ir de la mano? Dejé a mis hijos en Buenos Aires y me vine a vivir a España con mi pareja.
Bibiana Ricciardi
Paradoja. La autora se pregunta por qué partió: una de las razones radica en dejar el nido antes de que quede vacío: los chicos, ya adultos, estaban empezando su vida independiente.

Espacio. Cuando Bibiana Ricciardi se separó del padre de sus hijos, ellos pasaban días con él y ella descubrió, así, lo que era el tiempo sin obligaciones.
Aeropuerto de Ezeiza, 19 de marzo de 2023. Una mujer y un hombre, de unos cincuenta y largos, empujan un carro con cinco valijas. No ostentan la típica sonrisa extasiada de quien inicia un viaje turístico de ida y vuelta. Del bolso sobresalen dos tickets de un solo tramo. No regresarán. Ella mira detrás de sí, como si hubiera cometido un crimen. ¿Huye?
Huía sí. Pero todavía lo ignoraba. ¿De qué huía? Saberlo debería ser más fácil de lo que parece, dado que esa mujer soy yo. Pero no siempre es factible entender las pulsiones propias. Me fui de Argentina hace dos años y medio. No me empujaron ni la economía tambaleante ni la incomodidad. Mucho menos la inseguridad ni cualquier otro titular de diario. Mi vida en Argentina era completa. Tres hijos, un doble hogar repartido entre Buenos Aires y La Caleta , partido de Mar Chiquita, dos bibliotecas, amigos, hermanos, padres casi nonagenarios. Tres hijos. Rebobino. Esa que parte en la primera escena es una madre, y el carro que empuja pesa más por la culpa que por las cinco maletas.
Tres hijos. De 26, 21, y 18 años. Varón, niña, varón. No estaba muy en mis planes, pero así sucedió. Fueron llegando y los fui incorporando con la sorpresa inconmensurable de un amor tan extremo como agotador. La maternidad es un rayo que cuando te alcanza te fulmina. Nada volverá a ser igual. Nunca. Un hijo es como un nuevo miembro del cuerpo. Te crece dentro y te lo amputan en el parto. Y desde entonces vivirás con la sensación constante del miembro fantasma. Eso que te falta para sentirte completa. Pero también eso que ya no es tuyo, que no puedes tener.
Podría pensar en múltiples metáforas para decir lo indecible. No se cuestiona la maternidad. Nadie te la explica. De un día para el otro algo te inquietará para siempre. Cuando es bebé que respire bien, cuando crece un poco que no se lastime, de adolescente que no sufra, de grande que pueda sobrevivir al desamor, al dolor de adulto que duele mucho más fuerte. El hecho más definitivo y transformador de la vida te sucede sin casi ninguna instrucción previa . Se asume que el instinto hará lo suyo y así sobrevivirá la especie, pero en este mundo actual los instintos han sido domesticados, transformados. ¿Y si falla? ¿Falló el mío cuando resolví dejar a mis hijos y migrar?
Cuando tomó la decisión de irse, Bibiana Ricciardi, no lo comunicó abiertamente a su hija mujer, lo deslizó de a poco, como deseando que la detuvieran, que la cuestionaran.
La primera vez que me atreví a contradecir lo que imaginaba que era el deseo de mis hijos fue cuando me separé de su padre. Así, de un día para el otro. Bueno, no tan de un día para el otro, tuvo que detener al statu quo un cáncer. Y entonces comencé a hacer todo lo que tenía ganas y venía postergando. La tenencia compartida me permitió descubrir que había un nuevo tiempo de mujer madura sola, semana por medio, que podía ocupar. El tiempo libre abrió paso a la escritura, materia con la que coqueteaba escribiendo guiones, pero a la que nunca me había entregado en carne viva. Primero fui una escritora torpe, pero el entrenamiento me llevó a esta que soy ahora que me satisface más. Inicié una nueva pareja, viajé mucho, por todos lados, como nunca antes. En algunos viajes los llevaba a ellos. Descubrí el placer de viajar con un hijo, sin su padre . En uno de esos viajes por Europa, regresando, con mi pareja, nos preguntamos cómo sería no volver. Vivir en Europa un tiempo, recorrer sin apuro el viejo mundo, ser parte de alguna de esas ciudades que tanto nos maravillaban. Ya estábamos grandes, si no era ahora, que todavía estamos bien, cuando hacerlo. ¿Y los niños? Bueno, o no tan niños, pero casi para una madre como yo, negadora. Los niños han crecido. De hecho, el mayor ya no vivía conmigo hacía tiempo. Los otros dos también se irían. Casi ya se habían ido, tenían sus vidas independientes, y esa semana por medio que pasaban conmigo apenas si nos cruzábamos. Ahora creo ver en aquella madre culposa una que también temía. Una cobarde que pretendía huir antes de ser testigo del abandono del nido.
Bibiana Ricciardi con sus dos hijos varones. Sacó un pasaje para España unos pocos días después de que el hijo menor cumpliera la mayoría de edad.
Resolvimos irnos. Los hijos de mi pareja ya se habían ido con la madre. El mismo paso que me alejaba de los míos lo acercaba a él a los suyos. Era desparejo, pero no lo estaba haciendo por él, o no solo por él. Mucho más por mí. Por mi deseo de aventura, por mi necesidad de atrapar más experiencias antes de que la vida comience a menguar, me dije. Pero no es lo que dije. Una madre no deja a sus hijos por deseo propio, debe ser por una obligación mayor, que la excede. Entonces dibujé de altruismo, de sacrificio por mi pareja, las explicaciones posteriores a la decisión. No lo comuniqué abiertamente, lo fui deslizando de a poco, como deseando que alguien me detuviera, que cuestionara mi decisión.
Pero nadie dijo nada. Saqué un pasaje para unos pocos días después de que el menor de los míos cumpliera la mayoría de edad. Con mucha anticipación, como seis meses antes. Tal vez por eso ellos casi no argumentaron nada. Porque intento recordar qué dijeron cuando se los comuniqué, pero no logro atrapar ninguna palabra. En ese momento asumí que tal vez para ellos sería mejor. Su padre había ya conformado una familia más tradicional, vivía en una casa grande, ellos allí estaban más cómodos que en mi pequeño departamento de madre divorciada. Ya habían pasado como diez años de mi separación intempestiva, pero ellos nunca se habían acostumbrado a ese ir y venir semanal entre dos casas.
Sin embargo, cuando llegó el momento fue desgarrador. Romper el nido propio a conciencia requiere de una cabeza fría. Dispuse con mis hijos que los despediría el día anterior a la partida. No podía permitir que fueran testigos directos del crimen. Mi hijo mayor se había ido antes, de vacaciones. Estaba en Río de Janeiro, fue más fácil. Él se despidió de mí.
La mañana de la víspera hice el desayuno como si no fuera la última vez. Café, tostadas, frutas. Desperté a mi hija y desayunamos sin hablar casi. Habíamos pasado dos semanas seguidas juntas, al calor de esa rutina que se evaporaría con la última miga que levantara de la mesa. Leíamos cada una nuestras pantallas como si nada fuera a pasar. En un momento me miró y me preguntó si podíamos tener un encuentro fijo, semanal, virtual. Tenía los ojos húmedos. Por primera vez sopesé el peso de mi traición y el tamaño del desgarrón. Una herida que vuelve a supurar una y otra vez acababa de abrirse. La llevé a su trabajo de guía en un museo de Belgrano. Nos despedimos en la calle, con un abrazo gigante, casi sin lágrimas . Cuando terminara de trabajar, volvería a lo de su padre, ya no nos veríamos hasta agosto. Le había sacado un pasaje para que fuera a visitarme, aunque sabía que ella me usaría de puente para recorrer Europa con sus amigas.
El menor es un ser distinto. No dice mucho, solo lo justo. Dieciocho años recién cumplidos. Unos días antes lo había acompañado al instituto de enseñanza gastronómica en el que cursaría sus estudios. Recorrimos juntos el lugar en el que ocuparía esta nueva etapa de su vida que no compartiré. Lo dijo y le prometí que volvería en cuanto me lo pidiera, que él tenía la llave de mi regreso. Nunca la activó. Esa tarde de la víspera lo despedí en la vereda de mi casa, tenía un partido de básquet muy importante. Es muy alto, difícil de abarcar con un abrazo. Permití que se sintiera un poco culpable por no quedarse conmigo hasta el último minuto, para no tener que confesarle que no podría emprender la aventura si sus inmensos ojos me veían partir.
Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir,
y así andar sin pensamientos.
Los versos de “Naranjo en flor” me acompañan desde entonces. Eso y la pregunta que también intenta responder este texto: ¿Por qué me fui? Porque no pude evitarlo, creo.
Cerrar la puerta de ese primer hogar que construí como madre divorciada, donde pude por fin disfrutar de la convivencia con mis hijos a solas, ha sido uno de los momentos más estremecedores de esta locura que trato de narrar. Estirar la cama, adecentar la sala, lavar las últimas tazas sucias, regar las plantas, bajar las persianas, salir al pasillo con las valijas, girar la llave en la cerradura, sin saber quién desharía ese cierre. Subir a un taxi y partir en el más absoluto de los silencios, con la sensación confusa de quien huye de la escena de un crime n, y se pregunta si habrá dejado alguna huella.
¿Por qué me voy? ¿Por qué seguiré haciéndolo? Por miedo. Porque en el movimiento encuentro la única quietud posible, como el colibrí. Porque para poder moverse hay que soltar lastre, mantenerse liviano. Porque lo que dejo detrás es tan precioso que si me volviera a verlo podría convertirme en piedra. Corro. Metafórica y literalmente. Unos cuarenta kilómetros a la semana. Donde sea que esté, porque el nomadismo se sostiene a base de rutinas. Hasta hace poco lo hacía en la montaña, en el robledal rocoso en el que se ubicaba, el pequeñísimo pueblo medieval al que me había mudado, Rupit i Pruit. No fue fácil para esta corredora de llanura aprender a hacerlo. Sin embargo, en cuanto logré domar las alturas también resolví dejarlas. Ahora vivimos junto al mar Mediterráneo. He vuelto a correr en la playa aunque extraño la agresividad del Atlántico Sur y la resistencia de las montañas del Cabrerès.
Dos de mis hijos, el mayor y el menor, han seguido mis pasos y viven también en la zona de Barcelona. No conmigo, pero cerca. Tengo dos hijos aquí ahora. Y una mucho más allá. Viajo cada vez que puedo para verla, pero siempre como turista. Ella no se queda conmigo, tiene su propia casa, trabajo, estudio, pareja, amigos, vida. Me instalo durante un par de semanas y la veo cuando se hace un hueco. Paseamos, vamos al teatro. Pronto estaré partiendo nuevamente a verla, ya estamos hablando de qué obras veremos juntas.


#38770118   Modificada: 07/11/2025 21:47 Cotización de la nota: $2.070.394
Audiencia: 1.022.580



Acceda a la nota web del medio