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07/11/2025 Clarin.com - Nota
Yiyú Finke, poética en combustión Daniela Lucena Bartender y sommelier de yerba mate, la artista misionera trae sus obras a la galería Tramo. Yiyú Finke. Sus padres la llamaron Yiyú, que es una palabra del guaraní que significa agua chica, agua grande. Desde su casa-taller en Misiones, Yiyú Finke pinta, cose, dibuja, escribe y hace convivir materiales y tiempos distintos. En su relato, sus obras parecen dotadas de una vida autónoma. Cuando habla de ellas dice: “Me encanta que sean independientes, que tengan su propia energía.” Nacida en la localidad de Aristóbulo del Valle, tierra ancestral de las comunidades guaraníes, la artista trae su primera muestra a la galería Tramo de Buenos Aires, Motor . “Es la reunión del textil con la pintura y cómo se llevan entre ellas; como hacer un Aleph ahí, una configuración donde cada uno hace su lenguaje, pero en ese mismo hay otro lenguaje más grande”, explica. Desplegados en el espacio los volúmenes, las texturas y los colores se enlazan en una conversación que propone una convivencia distinta entre cuerpos, objetos y otras formas de vida. Finke recuerda que su madre docente la llevó a la escuela con apenas 4 años . “Somos cuatro hermanas y mi mamá nos vestía a todas iguales: con la misma tela, con el mismo zapato, con la misma media. Éramos un susto”, cuenta entre risas. Vista de sala de Motor, en Tramo. Su relato de infancia tiene algo de poético y al mismo tiempo, narra con claridad sus condiciones de vida: la caminata de 7 kilómetros hasta la escuela, el rojo de los labios de su maestra, el trabajo en la huerta, el almacén de su abuela, el honor de ser la elegida para dibujar en los cuadernos de los actos patrios. Allí fue cuando comenzó a intuir que el arte no era una vocación lejana , sino una forma de mirar y experimentar el mundo. Al terminar la secundaria se formó en artes visuales . Un viaje a España le dio una maestría y amplió su mirada, pero fue el regreso a su tierra lo que consolidó su lenguaje. Obras de Yiyú Finke. A mediados de los 90 aparecieron sus obras de hormigas , entre ellas algunas textiles, figuras de 1,70 metros que colgó en un puente y que marcaron el inicio de su trabajo con materiales blandos. El pasaje de la pintura al textil, lejos de detenerse, se revela como una trama que aún se despliega . En el catálogo de su muestra actual, Finke posa con un traje hecho con la misma tela de la escultura que sujeta con firmeza y parece continuar su vestimenta. Se trata de una obra inspirada en el personaje del libro Tres truenos de Marina Closs, escritora de su pueblo. En el relato Vera Pepa, una mujer guaraní, es estigmatizada por parir mellizos después de una violación : tener dos hijos a la vez es visto en su comunidad como una señal de adulterio. En la fotografía, el cuerpo y el textil se enlazan sin jerarquías, en un entramado donde memoria, forma y lenguaje funcionan como un homenaje: “si algo escribiera yo, lo escribiría así”, afirma emocionada la artista. Yiyú Finke en la galería Tramo. Aunque no suele planificar lo que sigue, Finke siente que el textil va ganando terreno . No porque haya dejado de pintar, aclara, sino porque en este momento los motores más fuertes parecen estar ahí, en las telas y lo escultórico. Dice que es como cuando alguien se prueba dos prendas y elige cuál ponerse. En Motor , las piezas de tela parecen ansiosas por salir al encuentro del público, listas para ocupar su lugar. “Les llegó el protagonismo”, comenta con asombro y certeza. Durante la pandemia Finke se vinculó con Andrés Waissman , Ticio Escobar y Jorge Gumier Maier . Con este último compartía la pasión por la jardinería: “hablamos de lo que nos crecía, mirábamos quién tenía la planta más fea”, recuerda con cariño, “él me mostraba una que tenía el Tigre, yo le mandaba otra que estaba acá totalmente descabellada”. Los dibujos de Yiyú Finke. Entonces se formó como sommelier de yerba mate. “Descubrí que el 99% de la yerba del mundo está acá, en Misiones. Era como tener las cosas en la cara y no verlas”, dice con ironía. Acaso el interés por la yerba no fue un desvío, sino una manera de seguir observando el entorno : el clima, los suelos, los procesos que transforman la hoja. Es la bartender de Hormiga, su propio bar . Allí aplica sus conocimientos sobre las yerbas y prepara tragos y brebajes con mezclas propias. En torno a su taller y su bar, Finke fue tejiendo una red de vínculos que sostienen su quehacer cotidiano. Esa idea de cercanía, más que una cuestión geográfica, se volvió un modo de vivir. Con una de sus vecinas, que pinta piedras, planea intervenir juntas el bar: mientras ella pinta, Finke trabajará en sus telas, a la vista de quienes estén tomando algo . “Mostrar también es alegría”, afirma, y en esa frase se percibe una actitud, una manera de estar en el mundo desde el afecto y la colaboración. Finke cree que todos tienen un tesoro, que todos pueden hacer algo valioso, aunque no siempre se vea. De ahí su fascinación por las hormigas, esos cuerpos mínimos que trabajan bajo tierra, que cortan las semillas a la mitad para que no germinen dentro del hormiguero, que construyen formas imposibles, invisibles a simple vista. Le atrae esa energía de lo que crece sin ruido y se sostiene por el hacer conjunto . Su trabajo parece recoger esas huellas y transformarlas en materia, como si cada obra naciera del contacto entre lo personal y lo colectivo, entre la vida que se comparte y la fuerza inconmensurable de la naturaleza.
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