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04/11/2025 Clarin.com - Nota

Con Truffaut se filma, se habla y se critica
Diego Mate
Todas las películas de François Truffaut, bajo la lente del mismo director, en un carrousel imperdible de conversaciones.

"Jules y Jim". Truffaut y la actriz Jeanne Moreau en una pausa de la filmación.
El mejor film de Jean Delannoy nunca podrá equipararse al peor film de Jean Renoir”, máxima y cachetazo propinado por François Truffaut , condensa la política de los autores con la que él y sus compañeros de la revista Cahiers du Cinéma trazaron una línea de demarcación (una trinchera) dentro del cine francés y, por extensión, del cine a secas. Con el paso de los años, Truffaut se integra al contingente de los “jóvenes turcos” que cambian el campo de batalla de la escritura periodística por el de la realización cinematográfica. Sin embargo, las entrevistas reunidas por Anne Gillain en 1988 muestran a un cineasta imbuido de las mismas dudas y certezas de su período como crítico.
El libro viene a funcionar, así, como la figurita faltante en el álbum Truffaut, de quien el lector ya conocía El cine según Hitchcock (donde fungía como entrevistador y aspirante a discípulo) y los dos libros que reúnen sus textos críticos: El placer de la mirada y Las películas de mi vida (que también reeditó Cuenco de Plata).
El libro tiene una estructura cronológica más o menos tradicional, pero Gillain, una investigadora especializada en la obra de Truffaut , introduce una torsión en ese esquema: cada segmento contiene fragmentos de varias entrevistas sucesivas sin aludir al medio o a quienes las llevaron a cabo.
El efecto de la lectura es tan extraño como intoxicante: Truffaut aparece casi siempre respondiendo sobre sus películas a lo largo del tiempo, lo que permite reconstruir, en apenas algunas páginas de diferencia, los cambios de opinión, los nuevos intereses o la insistencia de axiomas y preferencias.
Por ejemplo, en el apartado sobre Los 400 golpes puede leerse primero a un Truffaut encandilado con Jean-Pierre Léaud y con la cuestión de los niños en el cine que, en entrevistas posteriores, cede lugar al examen del lugar de la película en el cine francés o a la revisión de su período como crítico. Con el transcurrir de las décadas se mantiene estable, sin embargo, la invocación de Jean Renoir como santo secular que encabeza el panteón de los cineastas amados.
Tal vez sin proponérselo, el libro honra la máxima mencionada al comienzo (podría llamarse “principio Delannoy-Renoir”): algunas de las intervenciones más lúcidas aparecen en las entrevistas sobre los films llamados injustamente “menores”.
Hablando de La sirena del Mississipi , el autor se explaya sobre la improvisación a veces radical de sus rodajes (y del desconcierto de actores como Michel Bouquet) o sobre la cuestión de la pareja, tema último de su cine que este policial negro vuelve el centro obsesivo, y también amoroso, de sus operaciones. Sobre su protagonista crédulo e inexperto, infatuado de la mujer que lo conduce a su destrucción, Truffaut afirma lacónicamente casi una década después: “(El guión) no lo dice, pero al final de cuentas, para mí, Belmondo es virgen”.
En el apartado de El diario íntimo de Adéle H. se lee al Truffaut prendado de los relatos populares y los melodramas (lo que explica su defensa en bloque, y muchas veces en solitario, de la carrera de Sacha Guitry), donde se jacta de haber filmado la historia de la hija de Victor Hugo “sin temor al ridículo”.
Cuando se refiere a Una chica tan decente como yo , lapidada por la crítica, la define como “cruel” y también como su “primer film verdaderamente cómico”, y la entiende como una especie de contrapunto de El pequeño salvaje , en el que el personaje del educador es burlado y enloquecido por la mujer indómita que interpreta la gran Bernadette Lafont. Se trata de una constante a lo largo de todo el libro: Truffaut analiza sus films a través de correspondencias no buscadas que, asegura, le son indicadas por otros o descubiertas por él mismo después del rodaje.
Ocasionalmente Truffaut recuerda sus diferencias irreconciliables con Zinnemann, Stevens o, peor, con John Huston. También comenta el cine de sus amigos y compañeros con una generosidad y una precisión infrecuentes en otros directores. De Godard, por ejemplo, anticipa el interés sobre el montaje y los intervalos que la academia adoptaría décadas después: “Un estudio sobre lo que no hay en los films de Godard sería tan apasionante como sobre lo que él coloca en ellos”.
Como el crítico que fue en su juventud, Truffaut sigue evaluando conflictivamente su lugar en la cinematografía mundial. Por ejemplo, cuando sentencia que el cine es un arte de prosa en el que se debe “filmar la belleza”, pero evitando su explicitación, lo que lanza las películas hacia la declamación o la mala fe (“por eso no puedo morder el anzuelo de Antonioni, demasiado indecente”). El Truffaut consagrado a la dirección, amigo de los niños, los enamorados y los géneros fuertes, piensa el cine (el suyo, el de otros) bajo los mismos principios que cuando escribía textos incendiarios, que quemaban –iluminaban– las películas.
El cine según François Tuffaut , F. Truffaut. Trad. Javier Gorrais. El Cuenco de Plata, 400 págs.


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