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James Judd: "No se puede destruir la democracia de la música" Sebastián Spreng Conversar con James Judd , el prestigioso director británico que este sábado dirigirá a la Filarmónica en el Teatro Colón, es encontrarse con la mesura, la serenidad y la satisfacción de una vida dedicada a la música. No hay lugar para la vanidad ni la banalidad: Judd es un ejemplo de talento y trabajo minucioso, de entrega absoluta a cada partitura. En esta ocasión, su debut oficial en nuestro primer coliseo será con un doblete Mendelssohn , un debut tan tardío como esperado por los que saben de su inmensa trayectoria escénica y discográfica Dialogamos con él: Periodista: ¿Es su debut en el escenario del Teatro Colón? James Judd : A decir verdad, pisé este escenario hace 50 años, como asistente de dirección de Lorin Maazel con la Orquesta de Cleveland. Un percusionista se enfermó y fui designado para tocar Alban Berg. Fue una experiencia aterradora (risas). P.: Pero este sábado será “oficial” … J.J.: Sí, y estoy muy ilusionado. Es una sala icónica, y haber sido invitado es un inmenso honor. Acabo de terminar un primer ensayo muy feliz, y debo decir que es asombroso descubrir esta verdadera “ciudad” que es el Colón, con 2.000 personas trabajando en todas las disciplinas de la música. Es absolutamente increíble. Y, sin embargo, en la sala de ensayos con la Filarmónica, todo parecía tan calmado y organizado. Estoy fascinado. P.: Se lo considera una suerte de “Indiana Jones” de la dirección orquestal. Desde Corea del Sur, Eslovaquia, Florida o Nueva Zelanda... ¿dónde se ha sorprendido más? J.J.: Siempre me sorprendo si logro algún éxito donde sea que esté. Dirigir es una tarea extraordinaria, casi imposible, con la enorme responsabilidad de ponerse en el lugar del compositor. En cuanto a lugares, la mejor sorpresa ha sido Nueva Zelanda, un sitio especial para hacer música. La Sinfónica de NZ es una orquesta de jerarquía mundial. Allí emergen jóvenes cantantes gracias a la Fundación Kiri Te Kanawa, y florece una intensa actividad. Es una comunidad musical vibrante, donde la cultura indígena se fusiona naturalmente con la tradición occidental [ Judd es director emérito de la orquesta después de una década al frente de la misma]. P.: ¿Qué público le resulta más receptivo? J.J.: Honestamente, si los músicos están comprometidos y libres para expresarse, y si el público siente que forma parte de algo más grande que ellos mismos, la reacción es igual en todas partes. La clave es conectar con la intención y emoción esencial del compositor y transmitirla. P.: En el Colón iba a dirigir “Una vida de héroe” de Strauss y Mendelssohn, pero finalmente será sólo éste último. J.J.: Sí, porque la escenografía de “Salomé” ocupa tanto espacio que no cabía la orquesta de Heldenleben. Así que terminamos con un doblete Mendelssohn: el “Concierto para violín”, previsto originalmente, con Amalia Hall como solista, y la “Tercera Sinfonía”. Es un matrimonio perfecto, donde todo está expuesto y lo clásico debe articularse intensamente con lo romántico. Una jugosa dupla. P.: ¿Sus compositores favoritos? J.J.: Demasiados... pero al final la respuesta es la misma que darían muchos artistas: Bach, el más grande de todos. No lo dirijo mucho, pero desde joven y hasta hoy vivo nutrido de sus enseñanzas. Trasciende todo; es música eterna. Sin Bach no tendríamos al mismo Mendelssohn, ni al mismo Bruckner, ni al mismo Mozart o Mahler. P.: Usted es reconocido por sus interpretaciones de Mahler. J.J.: No sé si tanto... lo intento. Siempre me ha fascinado llegar al verdadero lenguaje mahleriano, investigando a partir de los directores y músicos que lo conocieron. Tenemos la fortuna de contar con grabaciones de Mengelberg y Bruno Walter, e incluso los rollos de piano del propio Mahler. Analizando esas fuentes se descubre un lenguaje muy diferente al de hoy: mucho más rubato —y no está escrito—. En la grabación de Mengelberg de la Cuarta Sinfonía, su partitura está llena de anotaciones hechas tras escuchar al propio Mahler. Hay mil detalles no escritos. Mahler adoraba a la Concertgebouw. Y su famoso Adagietto de la Quinta Sinfonía duraba en su tiempo sólo siete u ocho minutos, no los actuales diez o catorce. La honestidad y el riesgo de la expresión… me apasionan. judd colon James Judd en el Teatro Colón. El sábado dirigirá un concierto con dos obras de Felix Mendelssohn. La música, indestructible P.: ¿Sus directores preferidos? J.J.: Tuve la suerte de crecer viendo a los grandes. Recuerdo a Sir John Barbirolli, que me invitó a las sesiones de su legendaria Quinta de Mahler: puro corazón, puro amor por la música. Más tarde, en Londres, Bernstein con la London Symphony y sus memorables interpretaciones: la Segunda de Mahler en la Catedral de Ely, el Réquiem de Verdi en St. Paul... noches que cambiaron mi vida. También el joven Giulini, el viejo Klemperer con Beethoven y Bruckner… Y mi profesor de piano que me reveló a Furtwängler: su credo, su concepto del tempo evolutivo, su preocupación por el espíritu de la música. Su enfoque surgía no del director, sino de la propia orquesta: como ver un árbol crecer en cámara lenta. Y por supuesto, Carlos Kleiber. Trabajé con Lorin Maazel, que me recomendó a Abbado. Fueron años extraordinarios como su asistente, aprendiendo su fraseo, su humanidad musical, su sentido democrático: todos individuos, nadie más importante, todos desempeñando un rol en el conjunto. Ese es el ideal del director: permitir que todos sean libres para hacer música, como en la música de cámara, entre amigos. P.: ¿Cómo ve esta avalancha de jovencísimos directores al frente de grandes orquestas? J.J.: Es cierto que sorprende por el calibre de las orquestas y por la juventud de algunos de ellos. Pero si miramos la historia, casos como Karajan o Rattle fueron similares. Hoy hay más exposición. Si empezás joven y tenés éxito, viajás mucho y debés dominar un enorme repertorio. Lo notable es la cantidad de directoras talentosas. Por ejemplo, Gemma New, de Nueva Zelanda, a quien conozco bien: hace poco dirigió la Sexta de Mahler con la NZSO. Es maravilloso sentirse desafiado por las nuevas generaciones. P.: Desde Buenos Aires viajará a China. J.J.: Primero pasaré por Estados Unidos, se casa mi hija. Luego, sí, China: trabajaré en Beijing y Shanghái, en un programa para jóvenes directores. P.: Allí la explosión musical es un fenómeno impresionante. J.J.: Sí. Compartimos las mismas emociones. Europa tiene estilos distintos según el país, y lo mismo ocurre en Asia. Estas tradiciones musicales llevan mucho tiempo desarrollándose y están dando frutos. El nivel es extraordinario, y ya no es una novedad. Recuerdo la primera vez que fui a Japón, hace muchos años, a dirigir la NHK Orchestra: me quedé anonadado por la impecable preparación de los músicos desde el primer ensayo, sin importar el repertorio. Cada nota en su lugar. Un canto a la dedicación. P.: ¿Cómo se forma la próxima generación de músicos? J.J.: Por ejemplo, en Miami, gracias a una generosa beca de la Knight Foundation, iniciamos un programa inspirado en El Sistema, que lleva décadas funcionando y me llena de orgullo. Donde sea que esté, disfruto la tarea de sembrar. Lo heredé de Abbado y su infatigable amor por las nuevas generaciones. Trabajar con jóvenes me mantiene joven y alerta, ya sea en Curtis, Juilliard, Guildhall o con orquestas juveniles en todo el mundo. Se dice que las orquestas juveniles son más entusiastas que las profesionales… no es cierto. Todo depende de los directores, de recordar e incentivar aquella primera pasión por la música. La edad no cuenta. P.: ¿Cómo ve la situación de la música en el mundo? J.J.: La música es indestructible. Está en todos nosotros, en todas las culturas. No se la puede matar. No se puede destruir la democracia de la música. Es para todos. No son fake news. Debe ser —y es— más relevante que nunca. La inteligencia artificial no reemplazará al artista en vivo. Podrá replicar, incluso inventar 150 nuevas sinfonías de Beethoven, pero no será lo mismo. Debemos ser cautelosos con su influencia y aprender a “domarla”. P.: Gracias, maestro. ¿Dónde pasará su cumpleaños? J.J.: Aquí, en Buenos Aires. Espero frente a un bife y un malbec. Francamente, irresistibles. Imagen: ambito.com - ambito_espectaculos
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