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24/10/2025 Clarin.com - Nota
Mario Vargas Llosa, el Nobel en Palestina Juan Cruz En dos viajes al corazón del conflicto en Oriente Medio, narrados en crónicas periodísticas y un libro, le tocó observar, vivenciar y describir las distintas gradaciones del fanatismo. Fidel Sclavo Mario Vargas Llosa fue a todas partes en sus dos viajes como periodista a Palestina, el primero en 2005 y el último en 2015. El Nobel, reportero desde su adolescencia, nunca encontró razón en esos encuentros para abrigar esperanza alguna acerca de un porvenir distinto al que tiene ahora ese país cuya identidad avala casi todo el hemiciclo de las Naciones Unidas. Entonces, en 2005, el Nobel peruano hizo el viaje con su hija Morgana, fotógrafa. El autor de La ciudad y los perros trataba de pulsar para El País, con crónicas y fotos, la situación de aquella relación imposible entre vecinos dramáticos que la historia ha hecho irreconciliables. Años después, en 2015, el autor de Israel Palestina. Paz o guerra santa (Aguilar, 2006), resultado periodístico de aquel viaje, regresó a ese territorio que ahora es una región devastada cuyo porvenir depende de Israel… y de Estados Unidos. Este último viaje de Vargas Llosa también fue narrado por él para los lectores de El País y de otros medios extranjeros. Tuve la oportunidad de acompañarlo en ese trayecto en el que, de nuevo, él fue un periodista y la realidad fue su asunto. Regresó con la sensación de que el porvenir era oscuro, muy oscuro. Casi todo lo que pasaba era ya entonces un pésimo presagio. Ahora el presagio está hecho de sangre y de metralla. El genocidio se ha atenuado, pero la incertidumbre es la sangre. En ambas ocasiones habló Vargas Llosa con intelectuales y periodistas y otros ciudadanos, e igual hizo en el otro lado de la contienda. Fue recibido siempre como un reportero. Se levantaba antes que sus acompañantes (a las cuatro de la madrugada esperaba a los otros) y provisto de su libreta y de su bolígrafo hacía el trayecto que lo llevaría a muchos de los enclaves que, en estos últimos tiempos, han sido la imagen terrible de la historia pasada y presente de Palestina. Vargas Llosa preguntaba con la consistencia del reportero que fue. En ambos lados del conflicto más adjetivado del mundo sintió que tenía que darles a los lectores el periódico para el trabajábamos lo que éste exige en su Libro de Estilo. Verle trabajar era una manera de comprobar que el oficio, que él aprendió de adolescente, lo acompañaba adonde fuera. Nunca, en ese viaje, o en otros que tuve la ocasión de vivir con él, sentí que a Vargas Llosa tenía que darle lecciones nadie. Era su propio redactor jefe. Así pues, convirtió lo que escuchó y lo que dedujo en la crónica general de una decepción humana: era muy difícil el porvenir de la región, y Palestina era, entonces, lo sería ahora aún más dramáticamente, un país oscurecido por el vecino y herido de muerte por la historia. A Vargas Llosa le tocó narrar, en el primer viaje y en el segundo, las distintas gradaciones (de un lado y de otro) del fanatismo. Expresó su horror ante las consecuencias que éste tiene (y que ahora más que nunca se han puesto de manifiesto) recordando los desastres que su propio país, Perú, sufrió por razones dramáticamente parecidas. En ambos viajes, en el que hizo con su hija, en el que hizo con los exsoldados de Breaking the Silence , trató de saber, como el periodista que era: anotaba todo, y preguntaba de nuevo todo otra vez. En lo que contó como consecuencia de sus preguntas trató de cuidar, a unos y otros lados de la escalofriante contienda, que los hechos y las opiniones no esquivaran el Libro de Estilo. Al menos ese libro de estilo que él llevaba consigo. Sus anfitriones del último viaje, aquellos exsoldados, le explicaban la tragedia sangrienta que divide a los dos países. Ellos habían cumplido el servicio militar al que los obligaba Israel, pero, fuera de aquella obligación, ahora eran intérpretes solidarios de una terrible contienda que entonces no había alcanzado todavía el dramatismo sangriento de estos dos últimos años. El viaje de Vargas Llosa con aquellos antiguos soldados y las conversaciones que tuvo con intelectuales, escritores, ciudadanos o políticos de ambos lados de esa frontera que tanta sangre ha visto, fue la materia de su trabajo. No había en él entonces la pasión del escritor sino la obligación del reportero. Como si se lo fuera a pedir el redactor jefe de su periódico, entonces explicó estos datos el enviado especial a Palestina: “Visité tres campos de refugiados, dos en Gaza, en el enorme de Yabalia y el más pequeño de al-Shatti y el de Amari, en Ramallah…”. Verlo tomar notas era una manera de imaginarlo como aquel Zavalita que dejó atrás una leyenda. Tomar notas era su manera de decirle al interlocutor: “Seré fiel”. En sus comentarios, que son su libro Israel Palestina , por ejemplo, se deja vislumbrar su decepción ante el futuro: éste no será mejor que el que estamos viendo… Una frase de ese documento para la historia de su manera de concebir el periodismo explica al Vargas que recorre, como reportero, aquel mar difícil: “Nadie me lo ha contado: yo lo he visto con mis ojos y lo he oído con mis propios oídos de boca de las mismas víctimas”. De ese libro, como de las crónicas que hizo para su periódico en 2016, se pueden extraer consecuencias del pasado que ahora son amarga realidad de un futuro que parece imposible de superar, en su tristeza y en su dimensión inhumana. Ahora que parece (parece…) que ya se ha abierto el camino por el que no huele a sangre y la venganza conviene recordar lo que le dijo a Vargas Llosa Shlomo Ben Ami cuando se estaba hablando, en aquel entonces, de lo mismo que ahora se explica en los grandes foros de la historia: que puede haber un arreglo para Palestina. Esto recogió el reportero peruano de lo que le dijo el intelectual y político acaso más lúcido de Israel, y es como lo dijera ahora, con otros paradigmas: “Sharon ha renunciado a su sueño del Gran Israel y se resigna a la idea de un Estado palestino. Pero no será un Estado negociado. Será un Estado que imponga él a los palestinos, en unas condiciones tales que ese Estado no presente el menor riesgo para la seguridad de Israel, y sea un Estado inoperante, por no decir imposible”. Leer ahora, tantos años después, la transcripción que hacía el periodista Vargas Llosa de lo que iba escuchando habla más que mil palabras de lo que se dilucida ahora fuera de Israel (y de Palestina) acerca del drama del que el autor de La verdad de las mentiras le fue preguntando a tanta gente cuando, otra vez, fue reportero… Esa experiencia de reportero será celebrada en el Hay Festival de Arequipa en noviembre. Lo prepara su hija Morgana y se titulará Varguitas, la verdad de las mentiras… Dice Morgana: “Era un reportero, sí. También cuando escribía novelas. Iba a los escenarios para comprobar, como un periodista, que lo que había escrito se parecía al lugar del que venía su inspiración… Cambiaba de opinión, escuchaba a la gente, comprobaba el gusto de la comida, se empapaba del clima… Por eso alternaba la ficción con los ensayos, y por eso siempre quiso escribir artículos. Y los escribió hasta el final”. ¿Y cómo volvió de aquel viaje a Palestina? “Volvimos todos deprimidos, él también, desesperanzados sobre una posible solución… Nuestro viaje coincidió con la salida de Gaza de los colonos… Había gente laica y también aquellos que creen en el mandato de Dios. El griterío llevaba la voz cantante y, como ahora, los radicales se imponían”. Aquel Varguitas que su hija retrata meses después de su muerte era en esos viajes un periodista “con su bolígrafo y con su libretita”. Lo que cuenta se parece por eso a la realidad que él mismo vio, en uno u otro renglón de sus pasiones, se parece a la realidad “que vi con mis propios ojos y oí con mis propios oídos de boca de las mismas víctimas”.
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