24/08/2025 Perfil.com - Nota
Daniel S. Milo: “Hay una ‘alianza objetiva’ entre el neodarwinismo y el neoliberalismo” Jorge Fontevecchia El filósofo franco-israelí, doctorado y profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, es una de las voces más provocadoras del pensamiento contemporáneo. A lo largo de su trayectoria, ha desarrollado un enfoque interdisciplinario que combina filosofía, historia de las ideas, biología y crítica cultural. Con nociones como la “conspiración de la excelencia” o el “elsewherism”, cuestiona la alianza entre darwinismo y neoliberalismo, interpela nuestra —Usted cuestiona la interpretación del darwinismo como una justificación para la competencia extrema y la meritocracia en la sociedad, ¿podría compartir con el público su interpretación sobre la selección natural? —En primer lugar, discuto su universalidad. Esto es lo primero y más importante que tengo que decir. Como todo el mundo sabe, el darwinismo se compone de dos teorías, no una. La primera es la evolución, a saber, que todos los organismos que nos rodean evolucionaron a partir de un organismo hace unos tres mil millones de años. Esta es la teoría de la evolución que nos da una respuesta. Esta teoría no la discuto en absoluto porque es cierta, fue probada una, dos, cien veces. Supongo que la segunda teoría es la más famosa porque tiene más importancia en nuestra sociedad, es la selección natural. O, como también se la conoce, la supervivencia del más apto. Uso este término porque Darwin a veces dudaba entre selección natural y supervivencia del más apto. Ambos eran sinónimos para él. Y, como puede entenderse, la supervivencia del más apto, es decir, lo que yo llamé la EST o estomanía, se manifiesta en los extremos: el más alto, el más grande, el más lento o el más pequeño. Esta estomanía está inscripta en la teoría, a saber: que lo más “algo” es lo que sobrevivirá, y lo hará a expensas de otros organismos, ya sea frente a lo que él llama competencia intraespecie, organismos que pertenecen a la misma especie, o frente a otras especies. Eso es, en esencia, la selección natural. No una “preferencia”, porque esa palabra no es exacta, no es el término preferencia, sino la plausibilidad estadística, la probabilidad de que lo más apto sobreviva. Esto es la selección natural, dicho de manera simple. Mi teoría, que a veces llamo tolerancia natural, indiferencia natural o también eliminación natural, parte de ahí. Primero, critica algo que no soy el primero en señalar, que el término “selección” implica un sujeto que selecciona. Y, por supuesto, la naturaleza no selecciona. Por eso Alfred Russel Wallace, el codescubridor de la teoría, sugirió a Darwin cambiar la expresión. No “selección natural”, sino “supervivencia del más apto”, porque describe mucho mejor la cuestión de la probabilidad de que lo más apto sobreviva y el otro organismo sea eliminado. Yo, en cambio, prefiero hablar de selección natural y de tolerancia natural. Y supongo que esta es la conversación que estamos teniendo, alrededor de esa preferencia mía, que es una modesta propuesta. —Según su lectura de la teoría de la selección natural, ¿cuáles son las repercusiones éticas del darwinismo? —Pues bien, la selección natural implica esto, todos lo saben, un cierto darwinismo social. Pero no es el darwinismo social lo que me interesa. Las implicaciones éticas tienen que ver con las características del organismo que sobrevive, ¿Es más eficiente? ¿Está ligado a la maximización de beneficios? ¿Es más racional? Y lo ético, como usted me preguntaba sobre las implicancias éticas, está en la creencia de que la naturaleza encarna sabiduría, sagacidad. Lo cual significa que, si en la naturaleza sobrevive lo más eficiente, lo maximizado, lo más racional, entonces debemos aceptarlo también en la sociedad. A esto lo llamo la “alianza objetiva” entre el neodarwinismo y el neoliberalismo. Por supuesto, ambos se ocupan de objetos, sujetos, mundos y esferas muy diferentes. Pero esta alianza objetiva significa que cuando se trabaja sobre uno, se refuerza al otro. Cuando se pretende demostrar la “selección natural” en la naturaleza, se está ayudando a probar, aunque no se diga, que el capitalismo es correcto porque el capitalismo es natural. Ese es mi problema con el darwinismo y el capitalismo: ambos funcionan de la mano para reforzarse mutuamente. Y así llegamos a creer, yo también lo creo, aun cuando lo combato porque lo conozco mejor, que para sobrevivir hay que destacar, competir, maximizarse, etcétera. Lo creemos. Y es muy difícil no creerlo porque se apoya en la teoría más poderosa que existe en la Tierra: el darwinismo, que contiene la clave de la naturaleza. Como dijo Galileo Galilei, la naturaleza orgánica es un libro. Entonces, quien posee las llaves para descifrar este libro es Darwin. Él sabe más que nadie. Él sabe mejor, que la naturaleza es así. Por eso, claro, no tenemos alternativa. No tenemos elección. La excelencia se nos impone, la maximización se nos impone, la eficiencia se nos impone. Y la EST, la “estomanía” (N. del E.: neologismo proveniente del sufijo inglés “est”, como en fittest, fastest, biggest… best), no es una elección nuestra. Queremos sobrevivir. Todos queremos sobrevivir. Entonces debemos atravesar estos EST, lo más alto, lo mejor, etc. —¿Existe una tolerancia natural a la mediocridad en la selección natural? ¿Cómo interpreta usted esto para llevarlo al ámbito de lo social? —Si no te molesta, prefiero mostrarlo primero en la naturaleza. Leíste el libro, pero la mayoría de tus lectores no lo leyeron. Así que, para convencer, tengo que mostrar que en la naturaleza no funciona en absoluto. Lo que significa que es muy raro que la excelencia exista, primero. Y es un hecho que la excelencia no es necesaria para sobrevivir. La clave de mi comprensión de la naturaleza fue la noción de rango. En el rango hay diferentes valores que son viables. Todos lo sabemos por los rangos en los análisis de sangre. Cuando recibimos los resultados, sabemos cuáles son los valores normales. Si es la B12, o los valores del riñón, etc. Y estos valores son muy sorprendentes cuando uno los mira. Se da cuenta de que cada rango es muy, muy amplio. ¿Qué significa que sean amplios? Que uno puede tener un valor en 1, pero también en 20 y seguir estando dentro de lo normal. No cambia demasiado. Y a veces no cambia absolutamente nada, tengas 1 o tengas 20. Eso lo sabes por tus propios análisis, porque supongo que alguna vez en tu vida te has hecho análisis de sangre. Y tuve un Eureka, de verdad. Fue con la emisión de esperma en la eyaculación. Cada diez años, la OMS, la Organización Mundial de la Salud, publica lo que se llama el rango normal o los valores normales de espermatozoides por eyaculación. Hay un número, y con él se determina si hay un problema o no. Según la OMS, para ser fértil, en lo que respecta al número de espermatozoides, se necesitan treinta y ocho millones por eyaculación. Treinta y ocho millones parece mucho, pero no lo es en absoluto, porque la mayoría de los varones no tienen el doble, sino diez veces más que esa cifra. Lo menciono porque fue mi Eureka. El valor normal es treinta y ocho millones. Pero hay varones que no tienen treinta y ocho millones, sino mil doscientos millones. Y el promedio masculino está en unos cuatrocientos millones por eyaculación, es decir, diez veces más de lo necesario. Y cuando vi esto, me dije: ¿y dónde está la selección natural en todo esto? No parece muy eficiente. Si solo se necesitan treinta y ocho millones, ¿por qué tener mil millones? Suena un poco escandaloso. Entonces miré más y pensé: tal vez los espermatozoides no necesitan muchas calorías. Quizás es un schnitzel al año, o sea, un escalope, no es mucho. Pero luego miré los valores de los órganos y descubrí lo mismo. Por ejemplo, el peso de riñones, pulmones, bazo o cerebro presenta el mismo tipo de rangos. Y lo que se puede ver... por ejemplo, el cerebro puede variar de ochocientos gramos a dos kilos y medio. Los riñones, de uno a tres, etc. Lo que descubrí, cada vez más, es que en la naturaleza los rangos amplios son la norma, la regla. Y los rangos de eficiencia son la excepción. Lo que significa que el derroche, el exceso, es lo normal en la naturaleza. Lo que yo llamo “exceso de exceso” en la naturaleza es natural: el derroche es natural. Y si el derroche es natural, entonces la selección natural es problemática. Y si la selección natural ya es problemática en la naturaleza, lo es aún más en la humanidad, porque en la naturaleza no existe la seguridad social, no existe el Estado de bienestar. Pero en los seres humanos sí, así que hay mucha más protección. Y se puede permitir más que un rango de uno a diez. Y lo sabemos. Basta mirar a nuestro alrededor. En el hombre los rangos son de uno a un millón. Este es el punto principal. Mi libro fue publicado en Harvard University Press, en la colección de ciencias naturales. No soy un biólogo. Vengo de la filosofía. Si los biólogos dicen que tenemos que publicarlo, aunque yo no lo haga, no nos gusta, porque preferimos la selección natural. Pero hay que publicarlo, porque los rangos refutan la universalidad de la selección natural. Y si la selección natural no es universal en la naturaleza, con más razón no es la regla en la sociedad, punto. Y luego podemos desarrollar el argumento, pero este es el punto principal. Podemos discutirlo, pero este es el descubrimiento. —Si el exceso y los rasgos “suficientemente buenos” son resultados inevitables de la evolución, y su persistencia se debe más a que no son “suficientemente malos” que a que sean “buenos”, ¿podría explicarnos cómo funciona este principio y qué implicaciones tiene para comprender la evolución y la adaptación? —Es una pregunta engañosa. Primero, el desperdicio y el exceso no son el resultado de la evolución, son el resultado mecánico de todo sistema imaginable. Hay un sesgo muy, muy grande hacia el “más”, hacia lo más que lo necesario en todos los sistemas, en todos. ¿Por qué? Porque menos de lo necesario te acerca mucho a la muerte. Ahora, si tienes menos de lo necesario, por supuesto, mueres. Si tienes más de lo necesario, simplemente eres derrochador, pero sobrevives. Lo que significa que cada sistema orgánico y cada sistema humano, cada industria, cada agencia, cada lenguaje, está sesgado hacia el “más”, hacia más de lo necesario, y nunca hacia el medio de la campana. La campana de Gauss siempre está sesgada hacia la derecha, hacia lo más, como la cola muy larga del “demasiado”. Esto es un resultado mecánico de ser un sistema. Así que no es evolución. Eso es todo. Y ahora llegamos a lo que los biólogos desearían creer: que exceso y suficiencia, lo “suficientemente bueno” son el resultado de la selección natural, porque deben ser adaptativos. Debe haber una función para la suficiencia, para el desperdicio. Y yo digo que es lo contrario. Tal vez tengan una función, pero el sistema no es función, es un subproducto. La función es un subproducto. ¿Cómo puedo probarlo? La mayoría de las veces, el exceso no es adaptativo, simplemente no sirve para nada. No tiene utilidad alguna. Es inútil, pero se tolera porque no es lo suficientemente malo como para matar al organismo, a toda la sociedad, la corporación, lo que sea. Cada sistema lo tolera hasta que no sea eliminado por inutilidad. Eso es todo. Pero a veces, sí, a veces, la suficiencia, lo suficientemente bueno y la mediocridad resultan positivos para la evolución. Pero, como escribo en el libro, suena horrible. El hecho de que conocí al amor de mi vida en el departamento de oncología no hace que el cáncer sea positivo. Y el desperdicio no es cáncer, aunque a veces lo sea para un sistema, y muere. La mayoría de las veces, el desperdicio y la ineficiencia son solo trastornos crónicos, no agudos; trastornos crónicos con los que se puede vivir. Podemos vivir con muchas enfermedades crónicas. Así que la naturaleza nos permite vivir con desperdicio crónico, ineficiencia crónica. Y tengo otra expresión: ¿cómo es posible que sea sostenible? Pero tal vez eso no sea para hoy. ¿Cómo puedes sostenerte con tanto desperdicio? Suena como un milagro. —¿Cree que la insistencia contemporánea en “mejorar”, “superar” y “optimizar” nace de una mala comprensión del propio proceso evolutivo? ¿O será que nuestra idea de progreso está construida a partir de una metáfora equivocada de la naturaleza? —Creo que este impulso, esta búsqueda de la excelencia, la competencia por ser el mejor o al menos uno de los mejores, está en nosotros, en nuestro cerebro. Es universal. No es el resultado de la evolución, ni del darwinismo, ni del capitalismo. El capitalismo no decidió que la excelencia sea el valor, tenemos un cerebro que aspira a más. Es algo propio de nuestro pensamiento cerebral. En este libro tengo todo un capítulo explicando por qué el cerebro necesita algo que con frecuencia resulta suicida: luchar por más. En ningún lugar la búsqueda de la excelencia es más clara que en el deporte. Messi, por ejemplo, o LeBron James. Piensen en la cantidad de adolescentes que quieren convertirse en Messi, en LeBron, en Usain Bolt. No son millones, son decenas de millones. Y no es por el capitalismo, no es porque hayan leído a Darwin. Es algo que tenemos en el cerebro, y luego la escuela nos empuja a seguir ese camino, a perseguir eso que ya está en el cerebro. Los chicos de secundaria de Estados Unidos practican deportes casi como profesionales, entrenando cuatro o cinco veces por semana en fútbol americano, básquetbol y béisbol, son muchísimos, pero son muchos menos los que llegan a recibir becas o entrenar en la universidad. Y finalmente, una ínfima parte se convierten en atletas profesionales. La búsqueda de la excelencia, en general y en el deporte en particular, es frustrante porque solo uno de cada veinte mil llega a ser profesional. Pero la mayoría de los chicos entrenan con la misma intensidad. Como en el ballet, ¿cuántas niñas entrenan hasta arruinar sus cuerpos para intentar entrar al Bolshói o al Kírov? ¿Por qué lo hacen? No por el darwinismo, no por el capitalismo. Es que tenemos algo en el cerebro que nos empuja a desarrollar nuestro potencial, a no conformarnos con lo que somos. A esto lo llamo la “conspiración de la excelencia”. Y esta conspiración viene de nuestro cerebro. Y de la escuela, desde el jardín de infantes, incluso antes: a los doce o catorce meses los padres ya comparan a sus hijos: ¿cuántas palabras sabe?, ¿ya camina?, ¿ya corre? La competencia no viene de Darwin ni del capitalismo, surge del cerebro y de la escuela. Ahora bien, capitalismo y darwinismo ayudan a naturalizarlo, a imponer la idea de que si no estás en esa carrera por la excelencia, eres un fracasado, un don nadie. Pero si uno muestra que en la naturaleza no funciona así, se ve que no ser excelente no significa ser nadie. Al contrario, en la naturaleza sobrevives aunque no seas el mejor, y en la sociedad tampoco eres nadie si no te destacas. La mayoría, de hecho, no lo logra, pero sigue existiendo, sigue sobreviviendo. El problema es que, como vimos en el deporte, muchísimos jóvenes desarrollan decepción, depresión y otros trastornos porque no pueden alcanzar esa excelencia. Por eso, la excelencia es, al menos, problemática, y no debemos atribuírsela a la naturaleza, porque en la naturaleza no funciona así en absoluto. Mi mensaje no es de consuelo, sino de realidad. Freud distinguía entre el principio del placer y el principio de realidad. Pues bien, el principio de realidad dice que las cosas son como son: la excelencia no es el camino de la supervivencia. En la humanidad, la persecución de la excelencia es un camino hacia la depresión, porque la mayoría fracasa, ¡la mayoría! ¿Por qué deberíamos condenar a tantos al fracaso? Entonces, enseñemos otra cosa a quienes aspiran a la excelencia. Yo mismo lo viví así: desde los 3 años para mí estaba claro, quería alcanzar la excelencia. No porque leyera a Darwin, no porque quisiera conquistar chicas ni ser rico. Era natural en mí. ¿Acaso Mozart fue Mozart por el capitalismo o por el darwinismo? No. Entonces, si ese impulso por la excelencia está dentro de ti, si te sale naturalmente, persíguelo. Pero no porque exista esa presión externa, de los padres, de los maestros, de la escuela, de la sociedad, de que debes sobresalir. Hay muchos otros valores, la verdad, la amistad, la diversión. Hay muchos valores maravillosos. Como dice la Constitución estadounidense, la “búsqueda de la felicidad” también es un camino legítimo y cauteloso. No solo excelencia y dinero, dinero, dinero. —Está claro. Y, profesor, si la naturaleza premia lo que es suficiente y no lo que es excelente, ¿qué nos dice eso sobre cómo debemos entender que la fragilidad y el error no son, en cierto sentido, una forma de conocimiento y no los fallos del sistema? —Volvamos a mirar a la naturaleza. En la naturaleza no hay nada sin errores, es decir, mutaciones. Les debemos nuestra existencia a los errores. Todo lo que vemos a nuestro alrededor, todo lo orgánico, es el resultado de una cascada de errores en la copia. El ADN, en cada división celular, tiene que copiarse por completo. Y el ADN completo son tres mil millones de nucleótidos, de bases. Tres mil millones. En cada división celular, por supuesto, se producen errores. Algunos errores son mortales, la mayoría son neutros y algunos son beneficiosos. Pero sin error, sin mutación, no hay vida. Así que, si quieres definir la causa, la raíz del error, míralo en la mutación. La mutación es la esencia de la vida, le debemos todo. Y cuando digo todo, quiero decir que cada parte de nuestro cuerpo es el resultado de millones de mutaciones. Les debemos todo a los errores. Y si en la naturaleza no hubiera mutaciones, entonces sería como con la inteligencia artificial, solo robots, todo réplicas, eso no es vida. No lo recomiendo. —En un artículo publicado en el medio español ABC titulado “Innovar y morir”, usted sostiene que la innovación, considerada normalmente como motor del desarrollo, puede convertirse en nuestro peor enemigo, porque alimenta un crecimiento que termina devorando todo. Tomando como ejemplo la huella de carbono de un nuevo iPhone, que sería mayor que la de todas las innovaciones desde la Edad de Piedra hasta la Revolución Industrial, ¿cree que ha llegado el momento de replantear nuestra fe en la innovación constante y recuperar, incluso éticamente, el valor de lo “suficientemente bueno” frente a la obsesión por lo nuevo? —Como dije antes, el enemigo es también nuestra propia alma, es el cerebro. Porque el cerebro, por razones que no puedo desarrollar ahora, nunca está satisfecho, quiere más, o diferente, todo el tiempo quiere cambio. Y la originalidad, el cambio, la innovación, todo eso proviene de la misma fuente, lo que llamo la “intranquilidad innata” que tenemos. Aspiramos siempre a otra cosa. Todo el tiempo. No es solo la moda de la que todo el mundo habla ahora, queremos cosas distintas. Y la innovación es muy útil para esta necesidad nuestra de cambio y de diferencia. Puedo entenderlo, mi libro innova en biología y en filosofía. Así que no puedo predicar contra la novedad cuando yo mismo soy un innovador. No puedo predicar y, sin embargo, debo predicar. Y aquí está el argumento. No calculé la huella del iPhone y de todas las demás innovaciones. Pero si sumas también la promoción, etcétera… hasta la Revolución Industrial, la innovación no contaminaba, o si contaminaba, era muy poco. Así que el precio de la innovación era marginal. Y entonces, sí, dejemos al cerebro jugar, porque es fantástico cuando el cerebro innova. Es divertido, es maravilloso innovar. ¿Por qué no cambiar? Sabes, me divorcié, entonces cambié, después enviudé, y también cambié. Así que, ya ves, cambiamos. El problema es que hoy la innovación ya no es sostenible. Eso es todo. Y sobre todo en tres o cuatro ámbitos, uno es la investigación. La investigación científica es extremadamente contaminante, extremadamente. Mi hija y su marido son científicos, biólogos. Sé lo contaminantes que son sus experimentos. Lo sé. Y, por supuesto, la industria militar. Esa industria es también una fuente de contaminación, de una contaminación increíble. Y la alta tecnología. Yo vengo de lo que llaman la Startup Nation. ¿Sabes qué es la Startup Nation? Así llaman a Israel. Lo que propongo es regular la innovación. ¿Quieres innovar? Primero tienes que demostrar cuánto cuesta en términos de carbono. Tienes que demostrar que no. Y si sí, entonces tienes que demostrar que puedes compensar de otro modo. Esa es la regulación de la innovación. No se trata de cancelarla por completo, es imposible. El cerebro no lo toleraría. Ni tú ni yo lo toleraríamos. La innovación, el cambio, la originalidad están en nosotros. Sí, realmente creo que es necesario regular la innovación. Pero la gente insiste en la sobreproducción y el sobreconsumo. ¿Y qué es lo que alimenta esos mecanismos de sobreproducción y sobreconsumo? La innovación. Y estamos en tiempos de sobre, sobre, sobreinnovación, y debe regularse. Debe hacerse o moriremos. Ya estamos muriendo. Pero moriremos cada vez más a causa de la innovación. Por supuesto, también sobrevivimos gracias a la innovación, porque necesitamos innovaciones para enfrentar el cambio climático. Necesitamos la innovación para luchar contra el cambio climático y necesitamos luchar contra el cambio climático para frenar la innovación que genera cambio climático. Necesitamos hacer ambas cosas. No es una cosa o la otra. —La idea de que lo “suficientemente bueno” y la tolerancia natural a lo no óptimo funcionan como un mecanismo de estabilidad en los sistemas naturales y sociales... ¿cómo se traduce esta lógica en las democracias modernas, donde el voto de todos tiene igual peso? —Estoy seguro de que hay una relación. Estoy seguro. Pero confieso que no he pensado en ello. Así que, ya sabes, puedo ofrecer una respuesta, pero no me convencerá. Así que no puedo convencerte. Lo pensaré. La próxima vez. —Si la proposición de que lo “suficientemente bueno” asegura cierta continuidad y previsibilidad, ¿cree que esto explica por qué muchas democracias parecen premiar lo suficiente más que lo excelente en sus líderes y en la aplicación de sus políticas? —Es una pregunta atractiva. ¿Cómo es posible que nuestros líderes sean tan mediocres? No porque hayan leído mi libro, me niego a cargar con esa culpa. Es un misterio porque supongo que la política... He intentado pensar en mis amigos de la escuela, los mejores de mi clase. ¿Quién, entre ellos, eligió la política como profesión? Nadie. Ninguno. Así que esto prueba que los mejores de nosotros somos malos ciudadanos. En lugar de convertirnos en abogados, en innovadores de alta tecnología o en filósofos, supongo que deberíamos haber elegido la política. Y no lo hicimos. Yo no lo hice. Así que no puedo culpar a otros. Sí, es así. En Israel, créame, hay mediocres, corruptos y todo lo demás. Y peligrosos. Pero no vamos a entrar en ese campo minado, Israel. Es terreno peligroso. —En el capitalismo neoliberal, el valor de las personas y de los procesos se mide por su rendimiento y productividad. Usted critica esta visión porque deja de lado aspectos esenciales como la creatividad, la cooperación, la tolerancia al error y la resiliencia. ¿Cómo conecta el concepto de “suficientemente bueno” como recurso adaptativo con la necesidad de valorar cualidades como la creatividad, la cooperación, la tolerancia al error y la resiliencia, que no siempre son “rentables” según la lógica neoliberal? —Para mí, lo suficientemente bueno y la mediocridad no son recursos adaptativos. Su valor adaptativo es un subproducto. Pero esta no es su función en absoluto. Pero por supuesto, la fragilidad es un gran recurso. Y es muy importante que la gente se permita ser frágil. ¿Pero es un problema para el capitalismo o el neoliberalismo? No estoy seguro. Pero cuando vi esta pregunta, reemplacé los términos que usaste con felicidad, diversión y amistad. Y cooperación, sí, también, pero no cooperación en este sentido económico. Ahora tú y yo estamos cooperando teniendo una conversación. No estamos al servicio de algún conglomerado o del capital, estamos al servicio del conocimiento. Y también de la diversión, pero esto es lo que me importa. —Fukuyama escribió a principios de este siglo, con la caída del Muro de Berlín, con el paso de China al capitalismo, que la idea del fin de la historia es el capitalismo. Fukuyama explicó que escribió lo mismo que Karl Marx. Escribió Hegel con la idea del espíritu de la historia, y la idea de que Karl Marx piensa que el fin de la historia fue el marxismo, y Fukuyama piensa que el fin de la historia es el capitalismo. Si interpreto y escribo toda esta conversación, ¿cree que el capitalismo no es el fin de la historia de la humanidad, y que crearemos un nuevo sistema en el futuro? —He aquí un concepto que propuse, lo llamo “elsewherismo”, que viene de “elsewhere”, “otro lugar”. Es nuestra necesidad. Una necesidad que tenemos de estar en otra parte, en el espacio y en el tiempo. Somos turistas en nuestro propio mundo. Es una pésima comprensión de nuestro cerebro proclamar que algo es “el fin” para los seres humanos. Nada, no hay fin en el proceso humano, porque nuestro cerebro no lo tolerará. Necesita estar en otra parte. Y si al cerebro humano se le dice que el capitalismo es la estación terminal, entonces habrá un brainstorming de millones de personas para demostrar que no es cierto y para encontrar una alternativa. No hay fin de la historia mientras el cerebro siga siendo como lo conocemos, intranquilo, incapaz de reposo, marcado por una inquietud innata. Estamos en la innata intranquilidad. Así que no hay fin de la historia, y ninguna estación será jamás la terminal. Nunca. Es imposible. Supongo que Hegel tenía razón. Hegel tenía razón, sí. Tesis, antítesis, síntesis… ¿y luego? Producción: Sol Bacigalupo. Imagen: perfil.com
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