29/06/2025 Perfil.com - Nota
Hein de Haas: “Los políticos engañan sistemáticamente e incitan al odio contra los inmigrantes” Jorge Fontevecchia El destacado sociólogo y geógrafo neerlandés es uno de los principales expertos mundiales en migración. Profesor de Sociología en la Universidad de Ámsterdam y cofundador del International Migration Institute, en la Universidad de Oxford, es reconocido globalmente por sus aportes teóricos y empíricos al estudio de la migración, especialmente por su crítica a las narrativas dominantes que la presentan como una “crisis”. Postula que la migración es una parte estructural y normal del ca —Durante un siglo, Europa fue una región de masiva emigración. ¿Cómo explica que hoy muchos europeos perciben la migración como una amenaza externa sin precedentes? —En parte se debe al alarmismo político y a cómo los políticos intentan exagerar particularmente el tamaño de la migración ilegal que estamos viendo. Pero creo que, desde una perspectiva europea, es comprensible que el mundo de la migración se vea muy diferente al de hace un siglo. Durante cuatro o cinco siglos, fueron los europeos quienes emigraron hacia el resto del mundo. América del Sur y del Norte son ejemplos perfectos. Desde la Segunda Guerra Mundial, esos patrones se han invertido: Europa pasó de ser la mayor fuente de migrantes del mundo a convertirse en un destino muy importante. Argentina, Brasil y Venezuela son grandes ejemplos, porque durante siglos recibieron muchos europeos – primero colonizadores y luego migrantes–, pero esos patrones comenzaron a revertirse. Desde el punto de vista europeo, estas antiguas potencias coloniales se convirtieron, de forma inesperada, en destinos de migración. Nadie lo habría imaginado en los años 50 o 60. Ese ha sido el principal cambio, y ha tenido repercusiones en la migración global. Estados Unidos, por ejemplo, dependía principalmente de migrantes europeos, pero desde los años 50 y 60 Europa dejó de ser una fuente, y la migración hacia EE.UU. se volvió más latinoamericana y asiática. Cambió el mapa migratorio mundial. Desde la perspectiva europea, es un gran cambio, aunque no haya habido un aumento masivo de la migración. Los migrantes siguen siendo solo un 3% a un 3,5% de la población mundial, una cifra pequeña y bastante estable. —Usted sostiene que la migración es una constante histórica y una parte normal del cambio social. ¿Por qué cree que ha sido narrada como una crisis o una excepción? —Eso se debe en parte a cómo los políticos hoy en día hablan de la migración. Los políticos utilizan el tema migratorio básicamente como una herramienta para ganar elecciones. Es muy fácil crear un enemigo externo e instalar esta imagen de Europa o Estados Unidos siendo asediados por un flujo de migrantes irregulares, aunque ese porcentaje en realidad es bastante bajo. La mayoría de la migración, tanto hacia EE.UU. como hacia Europa, sigue siendo legal. Pero no lo parecería si uno se guía demasiado por lo que muestra la televisión. Así que se ha convertido en una herramienta política efectiva: crear esta imagen de un enemigo externo moviliza apoyo, porque el miedo es una herramienta muy poderosa. Les permite a los líderes posicionarse como figuras fuertes. Es como en una guerra: las personas tienden a unirse detrás de su líder. Si los políticos logran instalar con éxito esta imagen de un ataque masivo a las fronteras, puede ser muy efectivo electoralmente. Esto se ve amplificado por los medios masivos de comunicación, y así obtenemos la impresión de que la migración está descontrolada, de que se incrementa la migración ilegal, cuando en realidad los datos no reflejan eso. —En su libro “Cómo funciona realmente la migración” desmonta numerosos mitos migratorios. Pero mi pregunta es: ¿qué rol juegan los medios de comunicación en la construcción de estos mitos? —Los medios tienden a centrarse en noticias sensacionalistas. Entonces, si se hunde un bote en el Mediterráneo o si mueren migrantes en el desierto tratando de cruzar de México a Estados Unidos, o si hay un aumento temporal en un paso fronterizo, los medios se enfocan en el drama. El drama y el sufrimiento son reales, sí. Pero si eso es lo único que vemos, combinado con narrativas políticas que presentan la migración como una invasión, entonces todo se sale de proporción. Por ejemplo, ha habido un aumento de la migración hacia Estados Unidos, pero se debe principalmente a la migración legal. Un ejemplo: durante la primera presidencia de Trump, la migración legal alcanzó un máximo histórico porque, en realidad, él abrió las fronteras para los trabajadores debido a la presión de los empleadores, que pedían más mano de obra. Pero la percepción fue la opuesta, debido a su retórica dura y a medidas simbólicas, como algunas deportaciones muy mediatizadas. Lamentablemente, los medios no cuestionan lo suficiente a los políticos. Tienden a aceptar sus declaraciones al pie de la letra y no hacen su trabajo de investigar las manipulaciones. Mucho de lo que dicen los políticos hoy sobre la migración es propaganda. Los medios deberían esforzarse más por cuestionar críticamente estas narrativas y presentar una imagen más equilibrada sobre el tamaño real de la migración, incluida la migración ilegal, que en realidad representa solo un pequeño porcentaje. —¿Y cómo afectan el envejecimiento poblacional y la caída en las tasas de natalidad a la necesidad de migración en los países desarrollados? —Hay dos cosas que puedo decir al respecto. Si tenés una economía que crece fuertemente y una población que envejece, es muy probable que haya escasez de mano de obra, tanto para trabajos manuales –pienso en empleos de servicios, construcción, agricultura, industria– como también en los niveles más altos –ingenieros, médicos, etc.–. Entonces, todas las economías exitosas con poblaciones envejecidas tienden a atraer migrantes. Pero al mismo tiempo, la migración no puede resolver el envejecimiento poblacional. Simplemente porque la migración no tiene una escala suficiente. Todo el mundo está envejeciendo y esto se convertirá en un problema global. Así que sí, el envejecimiento combinado con el crecimiento económico inevitablemente atraerá migración. No se puede tener una economía abierta y próspera si al mismo tiempo se quiere reducir drásticamente la inmigración. Esas cosas no son compatibles. Pero también debemos decir que la migración no puede resolver por sí sola el problema del envejecimiento; eso requiere intervenciones de otro tipo. Lo que solemos ver es que tanto las voces a favor como en contra de la migración tienden a exagerar lo que esta puede lograr. Y también en el campo promigración a veces se escucha un relato demasiado optimista. La migración no puede resolver todos los problemas estructurales, pero tampoco es la causa de todos los males como el desempleo. —La teoría del “gran reemplazo” ha ganado fuerza en los círculos de extrema derecha. ¿Cómo responde a esta narrativa del gran reemplazo? —Esto es un completo disparate. Es propaganda de extrema derecha. La migración simplemente no es lo suficientemente grande como para justificar esa narrativa. Harían falta niveles de migración cuatro o cinco veces mayores para que ese argumento tuviera sentido. En las sociedades con inmigración en Europa o América del Norte, alrededor del 15% de la población son inmigrantes, y la mayoría de ellos provienen de países cercanos. Así que esta idea del reemplazo es un proyecto imaginario de la extrema derecha. Ahora bien, la migración puede generar problemas: integración, segregación, especialmente cuando utilizamos a los migrantes como mano de obra barata sin pensar en las consecuencias sociales. Esos problemas son reales, sobre todo en barrios donde se concentran muchos migrantes. A nivel local, puede percibirse como un reemplazo. Pero a nivel nacional o global, los números no se sostienen. —Usted ha hablado de la inversión de la migración global. ¿Podría explicar este concepto de inversión de la globalización y por qué es clave para entender las dinámicas actuales? —Este es el proceso básico por el cual Europa ha pasado de ser un continente de países imperiales, coloniales y emisores de migrantes a convertirse en un gran destino migratorio. Esto ha modificado los patrones migratorios en todo el mundo. Con Europa transformándose en un destino, también significó que más latinoamericanos comenzaran a migrar hacia Estados Unidos, ya que Europa solía ser una fuente tradicional de mano de obra barata, tanto para Europa misma como para América. Entonces, los mexicanos, y luego otros latinoamericanos, empezaron a ir hacia EE.UU. También significó que, especialmente en América del Sur, más personas comenzaran a migrar hacia Europa, muchas veces descendientes de migrantes que habían llegado desde Europa a América Latina una, dos o tres generaciones atrás. En Asia, esto provocó que varios países se sumaran al flujo migratorio global, especialmente hacia Estados Unidos y, en menor medida, hacia la región del Golfo. Entonces, no se trata solo de Europa; estamos viendo una reconfiguración total de los flujos migratorios mundiales. Aunque el porcentaje global de migrantes respecto a la población mundial se ha mantenido notablemente estable –alrededor del 3% al 3,5%–, la dirección de esos flujos ha cambiado completamente. Eso explica por qué, desde una perspectiva europea o estadounidense, el mundo actual parece muy distinto al de hace 15 años. —¿Y cómo influyen las transiciones demográficas globales en los patrones migratorios contemporáneos? —La migración está influenciada parcialmente por factores demográficos, pero estos son solo uno entre muchos. Se puede decir que los países ricos, debido a los cambios demográficos, están generando más y más escasez de mano de obra. Esto se ve con más claridad hoy en los países del este de Asia. Japón y Corea del Sur solían resistirse a la inmigración, querían evitar la llegada de migrantes, pero los problemas de envejecimiento son especialmente graves en esos países, que tienen tasas de natalidad extremadamente bajas. Japón y Corea del Sur han llegado al punto de aceptar, aunque no lo llamen así, que se han convertido en países receptores de inmigración simplemente porque hay demasiados empleos que los trabajadores locales no pueden cubrir. Pero la gran incógnita es China. Si China logra mantenerse políticamente estable, es muy probable que, debido a su envejecimiento masivo, también comience a atraer más migrantes. Entonces, la gran pregunta a futuro será: ¿de dónde vendrán esos migrantes?, ya que cada vez más países que solían ser emisores de migración ahora se están convirtiendo en destinos. En el futuro, la pregunta podría ser menos “cómo evitamos que vengan migrantes” y más “cómo encontramos personas dispuestas a venir y trabajar”. —¿Qué rol juegan las remesas y las redes migratorias en los países de origen? —Las remesas son probablemente la razón más importante por la que las personas migran. Algunos se preguntan por qué los migrantes asumen tantos riesgos, por qué soportan tanto sufrimiento y la separación de sus familias, incluso viniendo de países pobres. La respuesta es que, para la mayoría de los migrantes, la migración no se trata solo de una ganancia rápida. Es realmente una inversión en el futuro de sus familias. Y los datos lo confirman: la migración es una inversión familiar en su bienestar económico y social futuro. Lo vemos claramente en las remesas. Los migrantes en todo el mundo envían cientos de miles de millones de dólares a sus hogares. De hecho, el dinero que envían los migrantes es al menos tres veces mayor que la ayuda oficial al desarrollo. Y este dinero va directamente de los migrantes a sus familias. Es un motor importantísimo de la migración. También se puede decir que la migración estimula el desarrollo en los países de origen. Por otro lado, también vemos que el desarrollo lleva a más migración, lo que contradice la idea común de que la pobreza es la causa de la migración. De hecho, los países que más emigrantes producen no son los más pobres. Si pensamos en México o Turquía, son países de ingresos medios. ¿Por qué? Porque el desarrollo, la reducción de la pobreza, el aumento de la educación y el acceso a la información incrementan las capacidades y aspiraciones de las personas para migrar. Así que debemos repensar completamente la relación entre desarrollo y migración. La migración no es lo opuesto al desarrollo: la migración es desarrollo. —En ese sentido, ¿puede considerarse la migración un motor del desarrollo local para las comunidades que envían migrantes? —Sin duda, a nivel comunitario se puede afirmar que la migración es un factor muy importante en el desarrollo. Pensemos en cómo permite a las familias en las comunidades de origen construir una casa segura, enviar a sus hijos a la escuela, brindar atención médica a sus padres o iniciar un pequeño emprendimiento. Todo eso es fundamental, y es lo que justifica soportar la explotación y el sufrimiento que también implica la migración. Pero también es una ilusión pensar que la migración por sí sola puede solucionar problemas estructurales de desarrollo, como la inestabilidad política, las malas condiciones de inversión o la corrupción. La migración por sí sola no es una solución mágica. Sin embargo, si los gobiernos crean condiciones favorables para la inversión, los migrantes son los primeros en reconocer y aprovechar esas oportunidades. Hay muchos ejemplos de migrantes que han desempeñado un papel muy positivo en el desarrollo. Por ejemplo, los ingenieros informáticos indios en Silicon Valley fueron claves para convertir a la India en el segundo centro más importante de la industria tecnológica del mundo. Ese es solo uno de muchos ejemplos del impacto positivo que pueden tener los migrantes en el desarrollo de sus países de origen. —¿Y cuáles son los efectos de la migración sobre la clase media global emergente? Usted habló de la clase media en los países que exportan migrantes. —Afecta particularmente a las clases medias, porque los más pobres entre los pobres generalmente no pueden migrar. Les faltan los medios, las conexiones, los diplomas que les permitirían obtener visados o permisos. Así que típicamente son las clases medias de países de ingresos medios quienes migran más, porque todavía tienen motivación. Es decir, las élites no están tan motivadas porque ya están bien en sus propios países. Pero suelen ser las clases medias aspiracionales en países emergentes de ingresos medios las que más migran. Esto también debería hacernos un poco escépticos respecto a la idea de que la migración es el gran factor reductor de la pobreza, porque los más pobres, en general, no pueden migrar. Y ciertamente no a largas distancias. Así que es una relación compleja, pero se puede decir que la migración forma parte del desarrollo y también ayuda, en particular a las familias de clase media, a mejorar su bienestar. —¿Y cuáles son las diferencias estructurales entre, por ejemplo, la migración africana, latinoamericana y asiática hacia Europa? —Creo que es muy difícil generalizar, y a veces las cosas contradicen los estereotipos. Por ejemplo, los migrantes del África subsahariana en Europa tienden a estar entre los grupos con mayor nivel educativo, particularmente en el Reino Unido, porque la mayoría de los países del África subsahariana son pobres. Eso significa que las únicas personas que generalmente pueden migrar son las que tienen diplomas y un nivel educativo más alto. Lo mismo ocurre en Estados Unidos. Los africanos subsaharianos están entre los grupos de migrantes con mejor formación y mayores ingresos. Generalmente, los países que están geográficamente más cerca tienden a ser proveedores de mano de obra menos calificada. En el caso de Europa, hablamos de Turquía y el norte de África. En el caso de Estados Unidos, hablamos de países de Centroamérica. En el caso de Argentina, también hablamos de países vecinos si llegan migrantes. Y esto se debe a que migrar a distancias cortas es más barato, más fácil de hacer. Y por eso solemos ver que los migrantes con menor calificación están sobrerrepresentados en ese tipo de migración. Para Europa, Asia está lejos. Y eso significa que la mayoría de los migrantes asiáticos, en particular del sur y sudeste, tienden a estar entre los grupos más calificados. Pero, nuevamente, es difícil generalizar. Realmente varía de país a país, y vemos patrones muy inesperados. —¿Y qué hay de los estereotipos? La idea de personas pobres de África que cruzan el Mediterráneo en un bote o, en el caso de Estados Unidos, personas pobres que cruzan la frontera a pie. O incluso en Argentina, nuestro país, personas que vienen de otros países o barrios en condiciones precarias debido a la pobreza. —Sí, por supuesto, las personas pobres se mueven, pero la ironía es que la pobreza extrema y la privación extrema les quitan a las personas la posibilidad de migrar a largas distancias. Así que, en el ejemplo de la migración africana a Europa, primero es importante tener en cuenta que nueve de cada diez africanos que se trasladan a Europa lo hacen legalmente, con papeles y visados. Y este es un ejemplo de cómo la representación mediática y la narrativa política distorsionan nuestra visión de la realidad. El segundo dato es que África es la región menos migratoria del mundo, y eso es básicamente por la pobreza. También es una de las regiones más pobres del mundo. Y eso significa que muchas personas no se mueven. Y los migrantes que vemos llegar a la frontera están, por lo general, entre los grupos de ingresos medios, clases medias aspiracionales. Así que el estereotipo es bastante diferente de la realidad. Ahora bien, es cierto que, debido a la falta de canales de migración legal para trabajadores poco calificados –lo cual es cierto tanto para Estados Unidos como para Europa, particularmente el sur de Europa–, muchos migrantes intentan migrar ilegalmente o migran legalmente y luego se quedan más tiempo del permitido en sus visados. Y esto es básicamente el resultado de esta brecha entre la realidad del mercado laboral –en la que tanto en EE.UU. como en Europa los políticos y las poblaciones toleran el empleo y la explotación de migrantes indocumentados y, al mismo tiempo, afirman que quieren detenerlo–. Ahora bien, los migrantes seguirán viniendo mientras sepan que hay trabajo. Y es imposible para los Estados democráticos abiertos cerrar completamente sus fronteras. Así que lo que vemos es que esta demanda de trabajo, sumada a la falta de canales legales, genera migración ilegal. El contrabando de personas no es la causa de la migración ilegal. El contrabando es una respuesta a los controles fronterizos, cuando las causas reales de la migración siguen presentes. Y en gran medida, esto tiene que ver con el mercado laboral. Un segundo factor son, por supuesto, los refugiados y solicitantes de asilo. Esto no es realmente migración ilegal, porque es un derecho humano fundamental pedir asilo. Pero, por supuesto, si dificultamos que los refugiados lleguen en avión, por ejemplo –lo solía ser algo bastante normal en el pasado–, ellos también se sumarán a esas rutas irregulares y peligrosas. Y, por supuesto, contratarán a contrabandistas para cruzar una frontera. Pero hay un gran malentendido sobre la naturaleza del contrabando. Los contrabandistas no causan la migración ilegal. Básicamente son proveedores de servicios por los que los migrantes y refugiados están dispuestos a pagar si no hay otra forma de cruzar la frontera. Así que, en cierto modo, la política es parte del problema. Y por eso, 35 años de fuertes inversiones en controles fronterizos no han dado, a largo plazo, resultados efectivos. —¿Cuál es su opinión sobre los acuerdos bilaterales entre países europeos y africanos para frenar la migración a cambio de ayuda? —Para ser totalmente honesto, habiendo trabajado en temas de migración africana durante los últimos treinta años, no creo que nadie involucrado en esos acuerdos realmente crea en ellos. Porque no está en el interés de los países de origen ni de tránsito que la migración se detenga, debido a las remesas, y porque la migración también es vista como una válvula de escape para reducir el desempleo y los disturbios. Los Estados de origen y tránsito tienen interés en que la migración continúe. La idea de que la ayuda al desarrollo detendrá la migración no se basa en ningún conocimiento científico. Irónicamente, sabemos que el desarrollo en países pobres más bien conduce a más migración. Creo que esos acuerdos existen básicamente para mostrarle a la gente que se está haciendo algo. Es parte del espectáculo político que rodea a la migración. Los políticos pueden decir “estamos haciendo algo”, y obviamente los Estados de origen colaboran con estas políticas porque reciben una compensación financiera por ello. Los migrantes no se benefician de esto. Lo que significa que el riesgo de ser deportado es más alto para ellos, pero también sabemos que ese riesgo no detiene la migración. Así que, de hecho, lo que hacen estos acuerdos es volver a los migrantes más vulnerables, más dependientes de los traficantes, no menos, y perpetúan el sufrimiento de los migrantes porque nadie está dispuesto a abordar la hipocresía política en torno a la inmigración. Y toleramos que los migrantes trabajen. Se pudo ver recientemente en Estados Unidos: después de que Trump prometiera deportaciones masivas la semana pasada, de repente dio marcha atrás y anunció que detendría las redadas en lugares de trabajo, exactamente porque los empleadores presionan a los políticos. Y no se trata solo de Trump, esto ocurre con cualquier gobierno. Presionan para que no se interrumpan los procesos económicos. Mientras toleremos esto, mientras los migrantes cumplan funciones esenciales, la migración simplemente continuará. —Usted ha hablado del teatro simbólico de la política migratoria. En ese sentido, ¿las medidas de control fronterizo son efectivas o meramente simbólicas, parte de ese teatro? —Por supuesto, las fronteras y las políticas migratorias son necesarias para cualquier Estado-nación, y creo que los Estados tienen derecho a querer controlar la inmigración. Pero mientras perpetuemos esta hipocresía de, por un lado, proclamar que vamos a luchar contra la migración ilegal, y por otro lado tolerar la explotación de trabajadores migrantes, esto nunca va a detenerse. Y sobre la deportación, como recientemente desde Estados Unidos hacia El Salvador, en realidad, si uno mira los números, son muy bajos. Pero sirven perfectamente al objetivo real de esas políticas: generar la impresión de ser duros, por la forma en que los políticos hablan, proyectan y toman estas medidas simbólicas como los vuelos de deportación. Y cuanto más ruido, más protestas, más feliz el político, porque eso crea la imagen de que “estoy siendo duro”. Así se crean todo tipo de mitos. Un buen ejemplo es que muchos estadounidenses creen que Trump construyó un muro o una defensa, lo cual en realidad no es cierto. La mayoría de las defensas que existen actualmente en la frontera entre México y Estados Unidos fueron construidas por administraciones anteriores. Pero en cierto modo no importa. Mientras los votantes crean que Trump fue duro con la inmigración, será reelegido. Así funciona este ciclo. Y creo que los medios deben actuar urgentemente. Esperamos que eso suceda en el futuro, porque el público realmente merece algo mejor que todo el alarmismo y la xenofobia que esto genera, con consecuencias potencialmente muy peligrosas. Porque parte de lo que estamos viendo ahora en la UE, pero especialmente en Estados Unidos, es que la llamada lucha contra la inmigración ilegal se está utilizando como excusa para debilitar el Estado de derecho. Y creo que eso es un desarrollo muy peligroso. —¿Y por qué cree usted que los políticos, especialmente los de extrema derecha, utilizan tan a menudo un discurso antiinmigración, hablando de cerrar fronteras, promover deportaciones o incluso prohibiendo que estudiantes extranjeros accedan a las universidades? —Primero que nada, está por verse si realmente van a continuar con esa política, porque el sector educativo en Estados Unidos es extremadamente importante también desde el punto de vista económico. Así que, si esto continúa… Mi apuesta es que, como en el caso de la migración laboral, habrá un giro. Porque la economía estadounidense también depende mucho del sector educativo y de los graduados que produce. Pero si esto se mantiene, causará un enorme daño a Estados Unidos. Si, por ejemplo, empiezan a rechazar cada vez más estudiantes chinos, China va a continuar el camino que ya ha iniciado: convertirse en un destino muy importante para los estudiantes migrantes. Y cualquier nación que pueda atraer talento tendrá éxito. Estados Unidos se benefició enormemente de la inmigración desde Europa, de los refugiados judíos del nazismo, pero también en los años 50 y 60 de muchos europeos que siguieron emigrando, y más tarde de asiáticos y latinoamericanos que contribuyeron a las universidades, a la ciencia, a la ingeniería en Estados Unidos. Si siguen por ese camino, va a causar un gran daño económico, sin duda. Pero creo que aún está por verse. Soy bastante escéptico, porque al final del día incluso los políticos de derecha son muy sensibles a los lobbies del sector empresarial. Y esto ya se ha visto con las llamadas deportaciones masivas que anunció Trump: en los lugares de trabajo donde muchos migrantes trabajan, como la agricultura o la hostelería, ya no se harían redadas. Y creo que esto perpetúa un patrón que ya hemos visto antes. —¿Y cómo evalúa usted la relación entre populismo, nacionalismo y retórica antiinmigración? —Creo que esos vínculos se han hecho cada vez más fuertes y han evolucionado hacia una especie de metanarrativa en la que la inmigración es representada –dependiendo del país y del grupo de extrema derecha en cuestión– como una especie de complot de las élites globales, de izquierda o judías, para reemplazar a las poblaciones nativas de los países de destino. Y esto me parece una narrativa muy peligrosa. No se trata de negar que la migración pueda tener consecuencias negativas, pero representarla como una amenaza esencial para los países de destino es un juego muy peligroso, que podría realmente convertirse en una amenaza para la democracia occidental a largo plazo. Porque la lucha contra la inmigración ilegal ya está siendo utilizada en Estados Unidos para violar todo tipo de protecciones de derechos humanos fundamentales, y ha alcanzado un nivel muy peligroso. Pero creo que el peligro más importante no es la extrema derecha en sí, porque ha existido en Europa durante al menos veinte o treinta años. El verdadero problema es cuando los partidos de centro adoptan esas narrativas. Ese es el verdadero peligro. Y creo que 30 o 35 años de propaganda –que intenté contrarrestar en mi libro por ese motivo– han penetrado profundamente en el discurso dominante, con medios que reciclan sin crítica frases como “migración masiva” o “crisis migratoria”. Así se convierte en una realidad vivida para grupos mucho más amplios de personas. Y creo que esto se ha vuelto un juego muy peligroso. Instaría a los políticos a asumir responsabilidades, pero también a los periodistas a investigar mejor y a hacer mejores preguntas a los políticos. En particular, a desenmascarar la hipocresía. Hicimos una investigación en la Universidad de Oxford en la que analizamos miles y miles de políticas migratorias, y descubrimos dos cosas: primero, que detrás de las narrativas duras de los políticos, las políticas migratorias no se han vuelto más restrictivas, sino más liberales. Básicamente porque necesitamos inmigrantes, y los sectores corporativos y empresariales han presionado para abrir cada vez más las fronteras. Y segundo, lo más sorprendente: descubrimos que los gobiernos de derecha no son más restrictivos en inmigración que los de izquierda, particularmente porque los gobiernos de derecha tienen lobbies muy poderosos del sector empresarial, que siempre presionan por fronteras más abiertas. Así que, en el fondo, es una estafa. Nos están engañando con todo ese simbolismo, con toda esa retórica, y creo que es urgente que empecemos a ver a través de todo eso. —¿Y cuál es la función política de vincular la migración con la criminalidad, el terrorismo o factores de seguridad? —Es exactamente el mismo factor. No hay evidencia de que la inmigración aumente las tasas de criminalidad. De hecho, las tasas de criminalidad han disminuido en casi todos los países occidentales en las últimas décadas. Esto no se debe a la inmigración, pero es una especie de doble mito. Primero, se hace creer a la población que el crimen está aumentando, cuando en realidad está disminuyendo en la mayoría de los países receptores de migrantes. Ese es el primer mito. Y el segundo mito que se construye es que el aumento de la inmigración –que, en primer lugar, no es cierto– genera un aumento del crimen. Y eso tampoco es verdad: hay menos crimen, y se dice que es causado por el aumento de la inmigración. Hay muchos estudios sobre la relación entre inmigración y criminalidad, y ninguno ha encontrado evidencia convincente de que la inmigración incremente el crimen. Por supuesto, algunos migrantes están involucrados en delitos, y los hombres jóvenes, adultos y desempleados están sobrerrepresentados en las estadísticas delictivas de por sí. Si los migrantes conforman una parte importante de esa población, especialmente en ciudades, entonces muchos aparecerán en las estadísticas de criminalidad. Pero eso no significa que la inmigración genere más crimen. De hecho, la mayoría de los migrantes son menos criminales que los no migrantes. Y en particular los migrantes indocumentados no tienen ningún interés en tener problemas con la Justicia. De hecho, investigaciones en Estados Unidos demostraron que los migrantes indocumentados son de los menos involucrados en delitos. Y esa fue una de las razones por las que, cuando Trump anunció sus planes de deportar en masa a lo que él llamaba “criminales extranjeros ilegales”, no pudo encontrar muchos, porque simplemente no hay tantos como nos hacen creer. La gran mayoría de los 11 a 20 millones de migrantes indocumentados en Estados Unidos son personas trabajadoras, respetuosas de la ley, y en muchos casos bastante conservadoras, que no tienen nada que ver con el crimen. Y esto demuestra cuán exitosa es la narrativa, pero cuán distinta es la realidad. Así que los políticos nos engañan sistemáticamente e incitan al odio contra los inmigrantes. No abordan los verdaderos problemas que puede generar la migración sino que, de hecho, los empeoran. —La idea que tengo es que el problema de la inmigración es útil para los líderes nacionalistas en países en crisis, países que necesitan justificar la frustración de su sociedad. ¿Hay alguna relación entre esa retórica antiinmigración y la frustración económica de una sociedad que necesita encontrar a una persona o un tipo de persona a quien culpar? —Es el clásico mecanismo del chivo expiatorio. Es muy atractivo cuando hay problemas y la gente no está satisfecha. Y lo que vemos, creo, en muchos países del mundo –no solo en Occidente– es que tras treinta o cuarenta años de políticas neoliberales, la desigualdad ha aumentado. Eso significa que, incluso en países ricos, las personas con los ingresos más bajos –el 10% al 20% más pobre– e incluso en algunos países el 50% más pobre no han visto ningún beneficio del crecimiento económico de las últimas décadas. Sus trabajos se han vuelto más precarios, es más difícil encontrar vivienda asequible. Ahora bien, la inmigración no ha causado todos estos problemas, pero, para los políticos cuyas propias políticas económicas los generaron, es muy tentador no decir “es nuestra culpa, debemos revertir estas políticas”, porque no quieren revertirlas. No quieren subir los impuestos a los ricos, no quieren proteger mejor a los trabajadores, no quieren aumentar el salario mínimo, no quieren construir más vivienda social. Entonces, simplemente culpan a los inmigrantes. Esa es también una estrategia muy atractiva para los políticos: culpar a los sectores más débiles de la sociedad por los problemas que ellos mismos causaron. —¿Y qué principios deberían guiar una política migratoria justa y más realista en esta era del siglo XXI en la que vivimos? ¿Qué debería cambiar respecto de la migración? —No podemos tener un debate sobre migración sin tener un debate honesto sobre el tipo de sociedad en la que queremos vivir en el futuro. En cierto sentido, hay que aceptar la situación actual. Por ejemplo, si en el Reino Unido o en otros países hay una falta sistémica de enfermeros, todavía necesitás enfermeros para cuidar a tus enfermos y personas mayores. Entonces tendrás que buscarlos en el extranjero. Pero si un país no forma suficientes enfermeros en su propio sistema educativo, más vale que cambie ese sistema para que en el futuro haya más oferta nacional. Solo doy este ejemplo para ilustrar lo que quiero decir. Pero decir que a corto plazo podemos prescindir de los migrantes es, básicamente, mentir. Y especialmente cuando hablamos de trabajos menos calificados, sabemos que en la agricultura, en todo el sector alimentario, en el reparto, en la hostelería, en la limpieza, en los mataderos, en el transporte, muchos migrantes cumplen funciones esenciales. Entonces, primero debemos reconocer la realidad. Y eso implica crear canales legales para esos tipos de empleos donde necesitamos migrantes, porque esa es la mejor forma de protegerlos y de evitar que sean explotados y que reciban salarios muy por debajo, y también de prevenir cualquier forma de competencia desleal con los trabajadores locales. En segundo lugar, eso nos permitiría controlar mucho mejor la inmigración. Porque si negamos la realidad de estos trabajos esenciales y al mismo tiempo no damos canales legales, la migración se vuelve clandestina y tenemos incluso menos control. El riesgo es que los migrantes se marginen y enfrenten situaciones muy difíciles, lo cual tampoco favorece su integración. Ahora bien, pensando en el largo plazo, la migración no puede resolver todos estos problemas. Hemos creado todas estas economías precarizadas, liberalizamos las economías, lo que también generó muchos trabajos que los trabajadores locales ya no quieren hacer. ¿Y es realmente una buena idea depender sistemáticamente de trabajadores migrantes explotados para hacer esos trabajos? No lo creo. Pero eso significa tener un debate real sobre la migración y también sobre el tipo de sociedad que queremos construir. Negar la inmigración, negar que siempre ha existido y seguirá existiendo en el futuro, es prepararnos para repetir los mismos fracasos. Y creo que hay otro punto muy importante, y aquí me gustaría citar al escritor suizo Max Frisch, que en los años 60 dijo: “Queríamos trabajadores, pero llegaron personas”. Tenemos que entender que si empezamos a depender de trabajadores migrantes, debemos asegurarnos de que puedan encontrar su lugar en las sociedades de destino para evitar problemas de segregación o integración, que generan todo tipo de tensiones a largo plazo. Y esto es beneficioso tanto para los migrantes como para las sociedades receptoras. Necesitamos un debate honesto sobre inmigración que la vincule con cuestiones mucho más amplias, en particular con la protección del trabajo y la dignidad del trabajo. —¿Cree usted que en el futuro será posible avanzar hacia alguna forma de libertad de movimiento a escala regional o global? —Creo que a nivel global es ingenuo esperarlo. En ese sentido, el argumento de las fronteras abiertas es tan eslogan como el de las fronteras cerradas, porque no tenemos ni fronteras abiertas ni cerradas. Corea del Norte probablemente tiene fronteras cerradas, pero es prácticamente el único país del mundo. Tenemos que pensar las políticas migratorias de una manera mucho más sutil. Y creo que estamos viendo avances. Es fácil enfocarse solo en lo que sale mal. Ya mencioné que la mayoría de la migración es legal, aproximadamente el 90% de toda la migración mundial. Los refugiados representan solo el 10% de los migrantes en el mundo, es decir, alrededor del 0,3%. Las cifras no son tan masivas como creemos, y la mayoría de la migración está regulada. Pero si pensamos en el futuro, lo que hemos visto en la Unión Europea es muy alentador. La UE es el mayor experimento histórico de libertad total de movimiento y en realidad no vimos migraciones masivas dentro de Europa. Lo que vimos fue una migración mucho más fluida, como la que ocurre dentro de un mismo país, donde las personas se mueven de un lugar a otro según si encuentran o no trabajo. Y no encerramos a la gente por estar del lado equivocado de la frontera. Porque si cerrás las fronteras, los migrantes generalmente no regresan. Tienden a establecerse y traer a sus familias. Pero muchos migrantes querrían volver, solo que temen no poder migrar otra vez, así que se quedan. Entonces hay buenas razones para pensarlo, y también motivos para el optimismo. Porque dentro de bloques regionales como el Mercosur en América Latina, la Cedeao en África occidental o la Asean en Asia, hay discusiones serias sobre seguir liberalizando la movilidad. Dentro de las regiones vemos desarrollos en una dirección positiva, que ojalá en el futuro logren disipar los temores de que políticas migratorias un poco más liberales llevarán a migraciones masivas. De hecho, podrían conducir a menos migración a largo plazo, porque la gente se mueve de ida y vuelta, ya no se queda permanentemente en los países de destino. Hay razones para ser optimistas si miramos estos experimentos regionales de liberalización del movimiento. —¿Cuál es su opinión sobre el concepto de justicia migratoria? La idea de, por ejemplo, que la migración es un derecho humano y que debería estar articulada legalmente? —Estoy muy a favor de esa idea, y en cierto modo lo contradictorio en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU es que se reconoce el derecho a salir de tu país como un derecho humano fundamental, pero no se reconoce el derecho a entrar a otro país como tal. Con una excepción: los refugiados. El derecho a solicitar asilo sí es un derecho fundamental. Y esto es importante porque se confunde constantemente en los discursos políticos y mediáticos. Cuando hablamos de refugiados que cruzan fronteras, los medios y los políticos muchas veces adoptan el término “migración ilegal”, lo cual no es correcto, porque pedir asilo es un derecho humano fundamental. Es decir, uno tiene derecho a un debido proceso, eso está estipulado en la Convención sobre los Refugiados, y creo que es muy importante recordárselo tanto al público como a los políticos. También en la forma en que hablamos sobre migración, deberíamos evitar agrupar todas las categorías bajo el rótulo de “migración ilegal”. Ahora bien, no creo que sea realista pensar que a corto plazo podamos tener un área de libre migración a nivel global. Simplemente no hay apoyo político para eso, y podría tener efectos contraproducentes. Pero sí creo que hay razones para argumentar que existen muchos ejemplos donde las fronteras se fueron abriendo de forma gradual. No se trata de una apertura repentina. Es un proceso de cambio gradual cuyos resultados han sido bastante alentadores. Y, de hecho, hemos visto casos contrarios, donde el cierre de fronteras generó más migración. Antes de 1986, los mexicanos iban y venían a Estados Unidos. No eran tantos los que se quedaban a vivir. Pero cuando aumentaron los controles fronterizos y las restricciones migratorias, muchos migrantes decidieron quedarse y traer a sus familias, y la migración se volvió clandestina. Hemos visto muchos casos en que restricciones migratorias poco razonadas han provocado más migración. Por eso creo que hay motivos para defender una visión más realista de la migración, que nos permita dejar atrás esos miedos irracionales de que una ligera liberalización de las políticas migratorias –una mayor justicia migratoria, si se quiere– desencadenará movimientos poblacionales masivos. Porque en realidad no hay evidencia que respalde eso. Así que creo que tanto la evidencia empírica como el argumento legal son bastante convincentes. Pero sería ingenuo pensar que mañana se pueden abolir todas las normas migratorias. Cada Estado necesita ciertas reglas para definir quién puede entrar, quién puede quedarse, quién tiene acceso a la ciudadanía. Pero esto tiene más que ver con la libertad de movimiento, con visados, con permisos de turismo, de visita. Y ahí sí estamos viendo avances esperanzadores. Creo que América Latina es un muy buen ejemplo de cómo estas cosas, en lugar de volverse más restrictivas, se han ido liberalizando. Y eso podría inspirar a otras regiones del mundo. —¿Y qué rol deberían jugar los organismos multilaterales, como las Naciones Unidas, en una reforma estructural del sistema? ¿Cuál es su visión al respecto para el futuro? Esta es mi última pregunta. —Las Naciones Unidas pueden jugar un rol importante facilitando el diálogo entre los países emisores y receptores de migrantes, tanto dentro de las regiones como entre distintas regiones del mundo. Y creo que esa ya es una función que, en parte, la ONU está cumpliendo. Se han organizado muchos debates útiles a través del sistema de la ONU. Pero creer que la ONU va a regular la migración es una ilusión, porque mientras tengamos un sistema basado en Estados-nación, los Estados –por buenas razones– querrán conservar su soberanía sobre las fronteras. Esa fue, de hecho, una de las principales razones por las que el Brexit fue un tema tan conflictivo en el Reino Unido: los flujos migratorios dentro de la UE solo podían detenerse dejando de ser miembro, porque la Unión Europea no es solo una unión política, también implica un concepto de ciudadanía. Así que pensar que un organismo internacional puede regular la migración sería ingenuo. Pero sí creo que la ONU puede jugar un rol muy positivo en fomentar diálogos y también en intercambiar experiencias sobre buenas prácticas y sobre cómo podríamos reformar las políticas migratorias para que sirvan mejor a los países de destino, a los países de origen y, ante todo, a los propios migrantes. Producción: Sol Bacigalupo. Imagen: perfil.com
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