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18/05/2025 La Nación - Nota - Contratapa - Pag. 48
OPINION
La Nueva Derecha, enemiga del liberalismo
Jorge Fernández Díaz -LA NACION—
Tiene un nombre mítico, voluptuoso y feliz -Gioconda- y una mirada eternamente joven, y en una primera impresión puede uno llegar a pensar que en cualquier sobremesa sus temas dominantes serán la poesía y la novela. Pero sin dejar de interesarse por la literatura -acaba de publicar Un silencio lleno de murmullos, donde aborda como thriller fantasmagórico la "eterna culpa de las mujeres" frente a sus hijos- suele fácilmente deslizarse hacia asuntos más candentes y aun más espinosos, y no solo porque en el fondo de esa trama novelesca late la desilusión política de su generación, sino porque ella comprende "el arte de lo posible" como pocos. Es que Gioconda Belli, en su turbulenta j uventud, fue una aguerrida militante de aquella revolución sandinista que destronó al dictador Anastasio Somoza, y luego fue ya una simple social- demócrata y un testigo impiadoso de cómo el castrismo y el chavismo fracasaban en Cuba y en Venezuela, y cómo su antiguo comandante Daniel Ortega utilizaba aquellos símbolos utópicos del comienzo para erigirse en el tirano de Nicaragua: se convirtió en lo que combatía. Ese régimen opresivo no tardó en acusar a Gioconda y a Sergio Ramírez y a Ernesto Cardenal de "intelectuales vendidos al imperialismo yanqui". Y cuando la novelista intentaba regresar desde Portland, donde vive su hija, un amigo le avisó que otros disidentes notables eran esperados en el aeropuerto para ser detenidos y encarcelados. La escritora debió viajar a Madrid y comenzar allí de nuevo con su vida en carácter de exiliada, puesto que muy pronto los burócratas de Ortega le expropiaron su casa de Managua, anularon su jubilación, la despojaron de su nacionalidad y la declararon "traidora a la patria". Gioconda no permite, sin embargo, que toda esa amargura se transforme en resentimiento, y cuando cenamos en Río Alba, a espaldas de la Rural, y después de nuestras respectivas presentaciones en la Feria del Libro, está alegre y punzante. La conversación deriva obviamente en la política, y ella no puede sino preguntarme por alguien que quiso mucho, pero con quien no compartía algunas posiciones estratégicas. Me pregunta si Mario Vargas Llosa habría apoyado -como hizo en la tremenda encrucijada del balotaje para frenar al kirchne- rismo- la praxis de Javier Mi- lei. Le respondo con sinceridad: Mario dijo en su momento que la victoria de Donald Trump era un triunfo del populismo, y que ese sujeto le parecía un payaso demagogo que explotaba el miedo, las inseguridades y los prejuicios de la gente (sic). "Tenés razón", acepta probando un sorbo de malbec. Pero la pregunta me da vueltas toda la semana, cuando ya Gioconda se ha marchado de gira por América Latina. Para mí es claro que la llamada Nueva Derecha viene a denunciar con saña la supuesta "cobardía" del liberalismo clásico, a derrotarlo y a reducirlo a servidumbre, pero la opinión no es compartida por muchos liberales autóctonos, que juegan al oportunismo o simulan sordera. Veamos qué pensaba entonces el autor de Conversación en La Catedral: "El liberalismo está totalmente identificado con la democracia, y dentro de ella es quien más ha empujado a las transformaciones, a ese ideal quizá imposible de una sociedad absolutamente justa: los derechos humanos, la igualdad de géneros. Todas esas conquistas de la democracia tienen un origen en el pensamiento liberal. Que no es una ideología -alertaba-. Las ideologías son religiones laicas que no admiten discrepancias, que creen en verdades absolutas y que tienen respuestas para todo. El liberalismo no tiene respuestas para todo, y así lo reconoce. Y reconoce además la posibilidad del error. Entonces, si no hay respuesta para todo y uno puede equivocarse, y el adversario tener razón, la única manera de actuar en una sociedad es a través de la tolerancia. Aceptando la discrepancia y la chance del error. Todos los grandes pensadores liberales han sido tolerantes, han ejercido la autocrítica, han rectificado posiciones, y por eso el liberalismo es una de las corrientes que dentro de la democracia ha defendido mejor la libertad. Quien cree que se puede sacrificar la democracia en nombre de la eficacia económica no puede ser liberal". Murray Rothbard, el gurú paleolibertario del León, impugnaría con desdén esa caracterización lúcida del Nobel peruano y recomendaría -como hizo- no ser liberal cobarde, sino un populista de derecha. Los escritores extranjeros que desfilaron estas semanas por la Feria del Libro no conocían ni de nombre a Rothbard -un pensador marginal-, y los narradores españoles -algunos tratan intensamente con el ambiente intelectual ibérico de todos los palos- no tenían la menor idea de quién era Jesús Huerta de Soto, el otro mentor anarcoca- pitalista de Milei. Oíd mortales, el presidente de todos los argentinos le entregó la máxima condecoración de la República: la Orden de Mayo. Saber que inspiran a nuestro estadista dos líderes sectarios, radicalizados y semidesconocidos no es muy tranquilizador. No comprender ni aceptar que quienes gobiernan nada conservan de los ideales filosóficos que Mario Vargas Llosa -epítome liberal de la cultura latinoamericana- propugnaba una y otra vez es una negación de necios. Y de muchos. Su descripción y sus principios no podrían ser más antagónicos al modelo planteado por la nueva liga de los reaccionarios, y muy especialmente por su influen- cer más pintoresco, para quien su ideología es una fe religiosa: cree solo en verdades absolutas, niega cualquier duda, desdeña la tolerancia, combate la discrepancia, nunca hace autocrítica y desconfía de las instituciones democráticas porque las creó la "casta", y cientos de miles de sus simpatizantes han efectivamente resuelto sacrificar esas formas republicanas en el altar de la eficacia económica. La diferencia entre un militante liberal y un populista de derecha podría estar cifrada en las sentidas condolencias del primero ante la muerte de José Mujica, y el odio inclasificable del segundo, encarnado por un tuit del Gordo Dan: "Uno menos". Luego un ultraderechista de esa misma misa agregó: "A ese viejo comunista lo están violando en el infierno". Gioconda Belli, con menos estruendo y más nobleza, parece responderles a todos: "La verdadera libertad está en liberarnos de nuestras propias limitaciones mentales".*
Para mí es claro que la llamada Nueva Derecha viene a denunciar con saña la supuesta "cobardía" del liberalismo clásico, a derrotarlo y a reducirlo a servidumbre, pero la opinión no es compartida por muchos liberales autóctonos, que juegan al oportunismo o simulan sordera "El liberalismo no tiene respuestas para todo, y así lo reconoce. Y reconoce además la posibilidad del error"
#23320806 Modificada: 18/05/2025 04:47 |
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