29/03/2025 Clarín - Nota - Sumario - Pag. 3 [noticia en diferido]

Como diría Cristina: Che Milei, ¿y si lo llamamos a Scaloni?
Ricardo Roa

El fútbol no es política, pero a veces es un buen espejo donde los políticos podrían mirarse. Un ejemplo es Lionel Scaloni, que fue un futbolista de los esforzados, más metedor y corredor que talentoso y se ha convertido en un líder súper exitoso que hace lo que muy pocos hacen: ser coherente.
Ya esto de buscar hacer las cosas bien y en serio sería mucho. Pero Scaloni es más que coherente. Es sencillo, callado y aunque esté haciendo una campaña extraordinaria, no se la cree. "Tengo la suerte de tener un grupo de jugadores enorme. No les enseño cómo jugar…. Sí que ellos vean que, si se juntan y juegan a un toque, eso puede servir".
La humildad es la mejor forma de gestionar.
Se ruborizó cuando quisieron compararlo con Menotti y Bilardo, los otros dos campeones del mundo que marcaron una época. Y eso que ya ganó más que ellos: clasificó para dos mundiales, alzó dos Copas América, es el que más partidos lleva al frente de la selección, detrás de Stábile y tiene el 77% de efectividad, algo que no consiguió ningún otro.
Los resultados hablan por él, no él de sus resultados, y sale al campo como si fuera un jugador más. Pero no le quita su autoridad para indicarle al Dibu que no gaste a los brasileños o para abrazar a Raphina, que había dicho que nos iban a dar una paliza dentro y fuera de la cancha. "Lo disculpo porque sé que lo que dijo no lo dijo a propósito, sino porque defiende a su equipo".
Scaloni no cree que cuanto más agresivo, digamos, más votos. Se le podría confiar dirigir algo más que un equipo de fútbol.
¿Y qué trajo la política en la semana? Ninguna de esas peleas absurdas con las que Milei encabeza el ranking de errores no forzados. Abandonó en parte el uso compulsivo del tuit y los enredos con el uso compulsivo del tuit. Pero nunca se sabe.
Todo se lo llevaron las idas y vueltas con el Fondo y el paso en falso de Caputo que disparó el precio del dólar y el acto de recordación del peor golpe que sacudió al país, que, por esa costumbre tan argentina de celebrar el lado oscuro de la historia, lo hemos convertido en feriado, como el inicio de la aventura en Malvinas.
Con esfuerzo, podría verse el 24 de marzo como una celebración sobre la violencia y el horror. O como un homenaje a la democracia que todos construimos. Pero si uno echa una mirada rápida sobre el Día de la Memoria se da cuenta de por qué tenemos la grieta que tenemos. En el acto por la memoria se hizo la mayor de las desmemorias con la Conadep, una comisión de personalidades intachables que Alfonsín creó a pocos días de asumir la presidencia y que investigó las desapariciones, el robo de bebés, las torturas y otras atroces violaciones a los derechos humanos.
Recordemos algunos de sus integrantes: Ernesto Sabato, Colombres, Favaloro, Fernández Long, Gattinoni, Klimovsky, Marshall Meyer, Jaime De Nevares, Rabossi y Magdalena Ruiz Guiñazú. Y una de sus secretarias ilustres: Graciela Fernández Meijide.
Todos comprometidos de verdad con los derechos humanos. Recopilaron 50 mil páginas de denuncias, identificaron a 8.961 desaparecidos y concluyeron su tarea con el histórico Nunca Más.
Ahora, el kirchnerismo y grupos de izquierda dicen: hablar de los 8.900 desaparecidos de la Conadep y no de los 30.000, que fue una cifra inventada para darle más impacto a la denuncia contra la dictadura, es hacer negacionismo. Hay cosas que se dicen por desconocimiento y otras que se dicen sabiendo claramente por qué se dicen. Lo peor: no solo los fanáticos compran las mentiras.
Además, si fueran 30.000 y no 9.000, ¿cómo se explica que el kircherismo no haya podido hacer nada para identificarlos en sus 20 años en el poder? En 2004, Kirchner y su secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, anunciaron que reabrían la lista de la Conadep con ese objetivo.
No agregaron un nombre.
El kirchnerismo cambió el prólogo, aunque mejor sería decir que impuso un relato contra el prólogo del Nunca Más, redactado por Sabato. Necesitaba un mito fundador y recurrió a los grupos armados. Purgó del texto la condena al "terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda". En vez de discutir cómo analizábamos la violencia que padecimos en los 70, manu militari borró cualquier referencia a la responsabilidad de las organizaciones terroristas.
No fue todo: el 24 de marzo de 2004, en la Esma, Kirchner dijo que iba allí a "pedir perdón de parte del Estado por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades". Se olvidó del Nunca Más y del Juicio y la condena a los comandantes militares. Al igual que Cristina, fue un militante imperceptible de los derechos humanos. No hay un solo registro: como abogados ni siquiera presentaron un hábeas corpus. Revivieron el tema por cálculo, no por convicción.
Han pasado 49 años desde el golpe y 41 de la recuperación de la democracia. Michael Corleone se lamenta en El Padrino de que no puede huir del pasado. Cuando quiere hacerlo, el pasado vuelve a empujarlo hacia atrás. Es una metáfora que nos persigue. Seguimos haciendo grieta y mirando atrás no para entender qué nos pasó sino para quedarnos en el atrás.
Los libertarios son la contracara del modo en que el kirchnerismo usó los derechos humanos. Plantean la necesidad de una verdad completa pero no la cuentan completa.
Una cosa fue el terrorismo de los guerrilleros y otra el terrorismo con los recursos del Estado. Las víctimas son todas iguales aunque los victimarios sean diferentes.
Ahí tenemos el caso de Susana Viau, una periodista que llegó a la profesión desde la política, como tantos otros. Venía de militar en la izquierda en una sociedad politizada hasta la violencia. Escribió su última columna para Clarín desde el hospital un 24 de marzo, aniversario del golpe que a ella y a toda nuestra generación nos cambió para siempre la vida. Irreprochablemente honesta, con los demás y consigo misma, hacía lo que pocos hacen: ser coherente. Alejarse del pasado para no traicionar el pasado.
Por eso combatió la manipulación de los derechos humanos. Una manipulación que no ha terminado.


Menciones: C2028op


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